Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa (Acantilado). Traducción de Perfecto E. Cuadrado | por Susana Herman
Caminamos, respiramos, existimos, pero raras veces vivimos. Vivir es una actividad compleja a la que hay que entregarse en cuerpo y alma, como si se nos fuera la vida en ello. Pero un solo cuerpo, una sola conciencia, la necesidad de un lugar donde asentarnos y el tiempo limitado que nos es concedido no bastan para aprehender este ancho mundo.
Fernando Pessoa era consciente de ello y decidió multiplicarse en sus heterónimos –alter egos imaginarios, “un mundo de amigos dentro de mí, con vidas propias, reales, definidas e imperfectas”– y ponerlos a escribir. Como lugar, de entre todos los lugares, escogió Lisboa, si es que no fue al revés y la ciudad lo eligió a él para dotarse de vida y convertirse en su propio paseante solitario.
Pessoa explica en el prólogo de El libro del desasosiego que el escrito que el lector tiene entre sus manos es el dietario de un tal Bernardo Soares, a quien Pessoa conoce casualmente en una casa de comidas que ambos frecuentan. Soares es ayudante de tenedor de libros en una pequeña empresa lisboeta, aparentemente un hombre sin grandes ambiciones, con vida de anacoreta, que vive en el cuarto piso de una casa situada en la Rua dos Douradores. Sin embargo, Soares es en realidad uno de esos “amigos” que habitaban dentro de Pessoa y a quien él consideraba un semiheterónimo, una personalidad afín, un letraherido como él.
Hablar de Soares es hablar de alguien que parece que no existe sino en sus escritos, de una conciencia que desde sus paseos por las calles de Lisboa o desde las alturas de la ciudad –ya sea desde el cuarto piso de la Rua dos Douradores o desde San Pedro de Alcântara– observa cómo se desenvuelve el mundo sin él. Un mundo que le repele por su transcurrir inconsciente, mientras que él es todo dolorosa consciencia y testimonio, pero que al mismo tiempo ejerce sobre Soares una atracción irresistible.
“Yo nunca hice otra cosa que soñar. Ese ha sido, y solo ese, el sentido de mi vida. Nunca tuve una verdadera preocupación salvo mi vida interior. Los mayores dolores de mi vida se desvanecen cuando, abriendo la ventana a la calle de mi sueño, olvido la vida en su movimiento.”
Soares habita en Pessoa del mismo modo que habita en cualquier ser humano cuando se hace sentir el dolor de estar vivo, o nos alcanza la saudade, la tristeza o “el frío de lo que nunca hemos de sentir muerde en nuestros corazones”. En El libro del desasosiego hay fracaso, añoranza por la pérdida de cosas que nunca se tuvieron, desidia por una lucha que no lleva a ninguna parte; pero lo recorre una dignidad y una belleza que está presente en toda la obra de Pessoa.
“Sufrí en mí mismo, conmigo mismo, las aspiraciones de todas las eras, y conmigo pasearon por la orilla oída del mar, los desasosiegos de todos los tiempos. Lo que los hombres quisieron y no llegaron a hacer, lo que mataron al hacerlo, lo que las almas fueron y nadie contó nunca […]. Y lo que los amantes extrañaron en el otro amante, lo que la mujer ocultó siempre al marido de quien es mujer, lo que la madre piensa del hijo que no tuvo. […] Todo eso, en mi paseo por la orilla del mar, fue y regresó conmigo, y las olas retorcían soberanamente el acompañamiento que me hacía dormirlo.”
Soares vive en “el pensamiento de las emociones y en la emoción de los pensamientos”, en un estado de consciencia permanente, como si de él dependiera que no se detuvieran los engranajes que mueven el mundo, como si este corriera el riesgo de pararse si él dejara de pensarlo. Mientras tanto, afuera, la existencia necesita de la inconsciencia (“fundamento de la vida”), en su transcurrir. “El corazón, si pudiera pensar, se pararía”. Pero el corazón de Soares piensa y no se para.
Fernando Pessoa escribió El libro del desasosiego entre 1913 y 1935, año de su muerte. Se trata de una obra que debería leerse del mismo modo que fue escrita, a ratos, a retazos, para que acompañe toda la vida. Mi ejemplar de este libro está siempre fuera de la estantería, como un flâneur despistado que no sabe dónde acabará la jornada. Está subrayado y a medias, salto de un párrafo a otro, voy adelante y atrás, porque decidí hace ya mucho tiempo que su lectura tiene que durarme siempre.
Uno recurre a esta obra cuando se le cansan las ilusiones, como recurre a cierta música o a ciertas películas, para encontrar consuelo. Pessoa se refugiaba en la escritura, y la dejaba estampada en cualquier momento y lugar. En un viaje en tren de camino a Sintra, escribió esto en el libro que estaba leyendo:
“Tengo el cansancio anticipado de lo que no voy a encontrar. Si en determinado momento me hubiera vuelto para la izquierda en lugar de para la derecha. Si en cierto instante hubiera dicho sí en lugar de no, o no en lugar de sí. Si en determinada conversación hubiese tenido frases que sólo ahora en el entresueño elaboro. Si todo esto hubiera sido así hoy sería otro y quizá el Universo entero sería insensiblemente llevado a ser otro también. Pero sólo ahora lo que nunca fui ni seré me duele.”
El libro del desasosiego se escribió con la espontaneidad de la tristeza, del abandono, como una rendición temporal al trasiego de la vida, a la que Pessoa/Soares siempre acababan regresando. Yo llegué a Pessoa gracias a Carmen Martín Gaite. Con apenas veinte años, leí su novela Nubosidad variable, ahí citaba unos versos que me llevaron de la mano hasta él, y desde entonces me acompaña:
“Esta mañana salí muy temprano
por haber despertado aún más temprano
y no tener nada que quisiera hacer…
No sabía qué camino tomar,
pero el viento soplaba fuerte, barría hacia un lado,
y seguí el camino hacia donde el viento me soplaba por la espalda.”
Leer a Pessoa es dejar que el viento nos sople en la espalda los días en que poco importa qué nos depare el destino; es abandonarse al ritmo y a los sonidos de la ciudad y dejar que nos guíe. Como Lisboa, Pessoa es también un estado de ánimo, inseparable de la melancólica lluvia atlántica, pero brillante y cegador cuando sale el sol.
La labor inconmensurable que está haciendo Acantilado es una heroicidad
Libros excelentes y bien editados
Y mira que Pessoa ha sido editado hasta la saciedad
Pessoa es como el Quijote
Hay tanto dicho y escrito de él que lo mejor es leerlo