Louis entre fantasmas, de Fanny Britt e Isabelle Arsenault (Salamandra) Traducción de Regina López Muñoz | por Almudena Muñoz
El género young adult ha avanzado de forma imparable en las estanterías de ficción y no ficción, en ocasiones rodeando de neblina sus fronteras con las secciones dirigidas a otras edades. Por cierto pensamiento cómodo, a los adultos les gusta definir la literatura para jóvenes como ese bloque de formas todavía infantiles (contornos no demasiado afilados, figuras reconocibles) y temas ya adentrados en la madurez. Una caja de Lego nivel intermediate. A los pequeños, por el contrario, coger un libro para adolescentes puede llenarles de terror: ese diario atiborrado de adhesivos simpáticos y brillantes donde alguien grita con tanta ira como la abuela cuando se tropieza su patinador sobre hielo favorito.
El afán por encontrar las formas y los discursos precisos y aceptables para el young adult ha propiciado más encorsetamientos que un lenguaje liberador: tal vez el género siempre ha estado ahí, sobreviviendo en las cunetas de dos cuestiones en apariencia irreconciliables. Un chico cobarde y una chica de carácter. Unas ilustraciones agradables al ojo, conseguidas con lápices blandos, y la historia de un alcohólico. Dos padres que tanto son simpáticos y brillantes como se gritan airados. Dos adultos que se separan.
En Jane, el zorro y yo (2012), la escritora Fanny Britt y la ilustradora Isabelle Arsenault unieron fuerzas creativas para crear un cómic tan fuera de lo común que hasta podía dar tumbos entre las baldas del tebeo infantil y la mesa de la novela gráfica. En Louis entre fantasmas, las autoras vuelven a abordar una situación peliaguda, pero conocida en silencio por muchos adolescentes, con una estética de álbum ilustrado que no sólo suaviza las aristas del relato, sino que las resalta. Acostumbrados a ver el retrato fotorrealista y terrible, la representación directa de lo incómodo se nos ha hecho tan fácil de consumir como meter los pies en un par de pantuflas.
Una bochornosa borrachera, un ataque por la calle a un niño indefenso o el instante en que intuyes que tus padres han tenido una noche de sexo o bronca (los libros que se resbalan entre los límites de dos conceptos contrarios) adquieren un impacto más apabullante tras una estética amigable. El modo en que el ojo adolescente, venido de una niñez de descubrimientos optimistas, empieza a toparse con sensaciones penosas que hasta entonces nunca ha tenido que dibujar. Britt y Arsenault capturan y moldean los tres mundos en el pequeño seno de una familia: la crisis de los adultos, el candor del benjamín Truffe (quien parece muy inspirado por Gregory de Over the garden wall) y la expectación de Louis. La adolescencia es, ante todo, un periodo para espectadores que deben aprender a distinguir fantasmas del pasado y proyecciones sobre su futuro, qué promesas demasiado inocentes se deben abandonar y por cuáles hay que mantener la fortaleza, a pesar de cómo se ven esas feas estampas adultas.
Si Jane, el zorro y yo era un excelente cómic para jóvenes acerca de dar el primer paso consciente y amable hacia uno mismo, Louis entre fantasmas es un compañero que camina a la par, apuntando por qué hay batallas de las que sólo podemos recoger los restos, y en cuáles hay que tomar rango de capitán, cruzar el patio y saludar a esa persona que llevamos admirando desde la distancia todo el curso.
Sólo somos fantasmas esperando a poder ocupar el lugar (o el género literario) para el que llevamos ensayando toda una eternidad.