Extraño Oeste (Libros del innombrable) | por Juan Jiménez García
Tal vez el Oeste no sea ningún lugar preciso. Ni tan siquiera un punto geográfico, pues cualquier lugar tiene su oeste. Ni tan siquiera el cine supo darle un lugar preciso, y los Estados Unidos estaban en Almería. El western fue tan impreciso como lo era el chambara japonés o el wuxia chino, convertido en un territorio imaginario habitado por héroes y humanos. Pero sin duda, aquello que definió de algún modo a este espacio es era una simple línea. Una simple línea invisible: la frontera. Este no espacio (que diríamos ahora, borrachos de modernidad) se contagió a todo, también a la novela como género o al género como géneros. Extraño Oeste es precisamente un viaje por ese no espacio. Un espacio que parece construido sobre los paisajes de Moebius y tocado por la mano, a ratos, de un Alejandro Jodorowsky. Como si el Topo siguiera cabalgando. O el Pánico existiendo. Y es que la primera regla de este viaje literario es que el tiempo se acabó. Y los límites.
La única nostalgia es la de Juan Vico. En su Colt 45, dispara cuarenta y cinco veces contra su memoria y da más de una en la otra. El Oeste, para un español medio, eran esas novelitas de Marcial Lafuente Estefanía que cada uno encontrábamos a nuestra manera. Leíamos literatura pulp como comíamos magdalenas sin saber que eran muffins. Los tiempos han cambiado y ahora esos paisajes desolados pueden ser el futuro o transitar por los terrenos abstractos de la ciencia ficción, como en el caso del relato de Rodrigo Martín Noriega y su tormenta de arena (Padres) que arrastra consigo el tiempo, la historia, la Historia, atrapados en esa espiral. Unos terrenos que, trasladados a lo apocalíptico, son los de José Óscar López. El Oeste lo es todo. El paisaje desolado es el paisaje en Armas de fuego místico. Personajes prototípicos del género atravesando una España destruida, parte de un universo en destrucción, con cyborgs y mutantes, como también lavanderos chinos. O Vacas, de Fernando López Guisado. La geografía crepuscular se traslada a Marte, la robótica está ahí, los sentimientos no se sabe dónde y el Zomvital en todos lados.
La frontera es ese lugar en el que se encuentran los protagonistas del relato de Diego Luis Sanromán, Cuffs or Coffins (O te amarran o te matan), relato en la carretera de dos destinos encontrados, el de la familia Motherfuckers y la Alianza de Reies López Tijerina, cada uno escapando de sus cosas, cada uno al encuentro de su destino, dos hilos que se entretejen. Como se entretejen los destinos de los protagonistas del relato de Iván Humanes, Kadath, con nombres tan sugerentes como Bruce Lee, Terence, Bud, Lancaster o Lovecraft, todos a la búsqueda de la montaña de oro sobre la que se instala el cuarto maestro. Un viaje psicodélico, disparatado y colorista, de serie B o Z o poner la letra aquí.
El clasicismo, tanto como para tener tintes egipcios, llegará de la mano de Raúl Herrero y su La ceremonia de Anubis que, desde la mirada de un niño, traza la vida y obra de su padre, embalsamador, entregado al proyecto delirante (pero no por ello falto de mercantilismo necesario) del malo de la película, «Deditos de plata». Minas, cazadores de recompensas, maestra de escuela, todo en un relato de aventuras y desventuras en el que las pirámides se convierten en minas y los esclavos son una figura atemporal, de modo que siempre hay alguien (o muchos) para interpretar el papel. Una visión desde la infancia (una visión mítica) como la de Israel Gutiérrez Collado en su Ringo Star, con sus sueños de ser el mayor forajido de la historia o esa eterna búsqueda del oro. Porque en el Oeste están los que se pierden o los que buscan algo. Los que buscan que no les encuentren y los que no esperan nada. El Oeste no existe. Las fronteras tampoco. Solo lo extraño, en un mundo extraño.
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