El salón de pachinko, de Élisa Shua Dusapin (Automática) Traducción de Andrea Daga | por Juan Jiménez García

Élisa Shua Dusapin | El salón de pachinko

Hija de padre francés y madre coreana (y esto tiene su importancia literaria), Élisa Shua Dusapin, con tan solo cuatro novelas (tres publicadas en nuestro país y una recién aparecida en Francia), ha ido encontrando su lugar en la joven narrativa francesa (si es que eso existe formalmente, que entiendo que sí, dado que es algo que siempre gusta). Un lugar, además, con una cierta consistencia, ya desde la primera, Un invierno en Sokcho, con la que tuvo importantes premios, el favor de la crítica en su país y ese mirar para otro lado (o para ninguno) que se nos da tan, pero tan bien, en el nuestro. Lo cierto es que en ese primer libro ya se contenía todo un proyecto de escritura e incluso una escritora, que no es fácil, con veintipocos años. Una manera de construir su narrativa que de algún modo nos remite a Marguerite Duras en algún punto entre Un dique contra el Pacífico y sus despojamientos progresivos hasta la total desnudez de sus últimas obras, pero con unas intenciones y construcciones muy distintas. En El salón de pachinko, su segundo libro, todo lo que se adivinaba, se ahonda, y donde podía quedar alguna aspereza, ya no hay nada, más que una prosa que discurre con firmeza entre los pliegues y rincones ocultos de la condición humana. Y es que en esa condición humana y en la distancia entre oriente y occidente, como puntos geográficos de un mismo cuerpo, es donde discurre su obra, y si empezó con una joven franco-coreana de padre desconocido, en un Sokcho gélido, y su relación (no menos gélida) con un dibujante de cómics de su país perdido, ahora continua con una joven franco-coreana de padre francés (esta vez conocido) pero en Japón, donde sus abuelos tuvieron que huir, para no regresar, a esa Corea, a la que ella quiere llevarlos en un último viaje. Pero los deseos, en la obra de Élisa Shua Dusapin son algo complicado, tras su aparente sencillez. Algo así como lo que le ocurre a su escritura, en la que llegar a ese despojamiento nada tiene de sencillo. 

La complicada relación con sus abuelos, con el salón de pachinco que regentan al fondo (como un lugar triste pero necesario, como sus propias vidas), es también el conflicto con el lenguaje. Claire, la protagonista, no recuerda el coreano, pero sí sabe japonés, mientras sus abuelos no quieren hablar en ese japonés con el que conviven desde hace décadas, y ni tan siquiera escucharlo de ella, con lo que se comunican en un precario inglés, que es como compartir una otredad. Una distancia que también les separa anímicamente, y que está hecha de recuerdos, atravesada por la madre, ese espacio común que les une y a la vez les separa. Claire también aprovecha para dar unas clases de francés a una niña, Mieko, con la que comparte su tiempo, antes del viaje. Una niña llena de anhelos que podrían parecer fáciles, pero se vuelven imposibles, también en una lejana proximidad. En la obra de Élisa Shua Dusapin las distancias se multiplican, hasta ser insalvables, porque sus personajes solo se encuentran con esfuerzo, como esos miles y miles de kilómetros que separan Francia y Corea, las dos partes de ella misma. En cierta manera, esas dificultades del lenguaje forman parte de su manera de entender la escritura, como si necesitara que las palabras sean las justas, para poder encontrar, finalmente, un espacio en el que conciliar todas esas corrientes que atraviesan sus historias. Abuelos, padres, Mieko o su propia madre, profesora. 

El salón de pachinko se asienta sobre esa fragilidad en la que cualquier acción (cualquier mínimo movimiento de la palanca de la máquina de pachinko) puede alterar esas relaciones. Un mundo en el que, como decía Nanni Moretti, las palabras son importantes. Tan importantes como para sostener ese discurrir de los espacios y del tiempo, para conducir esas sensibilidades que escondemos por el temor del daño. Esos complicados cálculos que nos alejan de los otros, que alzan barreras. Tal vez, ese regreso de Japón a Corea sea imposible, pero Claire entiende que el punto en el que debe de encontrarse con sus abuelos y con ella misma es otro, y en él, esa distancia, está en algún lugar de nuestro interior, entre trastos y recuerdos.


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