Márgenes del agua (En Agua corriente), de Anne Carson (Cielo Eléctrico) Traducción de Andrés Catalán | por Gema Monlleó

Anne Carson | Márgenes del agua (En Agua corriente)

“Estambres en él
y como dijo Kafka al final
que yo nadara no me ayudó, sabes al fin y al cabo no sé nadar”
La belleza del marido, Anne Carson 

Soy una admiradora voraz de la obra de Anne Carson (Toronto, 1950) desde que seguí la recomendación que tan acertadamente me hizo Gonzalo Torné: “Gema, lee esto”. Y “esto” era La belleza del marido, un ensayo narrativo en 29 tangos. El resultado: stendhalazo y rendición absoluta a todo lo que Carson escribiera. Desde entonces la he leído compulsivamente en poemarios, ensayos, prosas poéticas, incluso en un cómic (Las mujeres troyanas), y mi fascinación por ella queda resumida en uno de sus versos: “nosotros como las hojas en su conmoción”, tal cual: temblando ante cada texto que leo, sintiendo, como la Felice de sus “corrientes talladas” que me queda “todavía demasiada desnudez“. Y es que en cada lectura descubro (“manganato negro sobre / limaduras de plata / virutas de hueso”) espacios nuevos de mí, espacios desnudos prestos a dejarse colonizar por su poética (“perros salvajes, con las gotas goteantes de sangrientas sílabas”). Podría intentar escribir sobre Carson, sobre la obra de Carson en general, pero ya hay literatos y estudiosos que se dedican a ello mucho mejor que yo. Lo que jamás imaginé es que podría inscribir un texto de Carson, Márgenes del agua, en esta serie que inventé para rendir homenaje al amor bífido que siento tanto por la literatura como por las piscinas: El Ciclo del Agua (aunque aquí el nadar no sea en una piscina, sino en un lago, y deba -unilateral y gozosamente- retorcer mi premisa inicial para que esta reseña tenga cabida). 

Márgenes del agua es uno de los capítulos que conforman el volumen Agua corriente (Cielo eléctrico, 2021), a pesar de que se había publicado como una plaquette individual en otros países. El carácter híbrido de esta obra es total y contiene desde textos de diálogo (¿artistotélico?) sobre el arte, a reflexiones sobre la convivencia con/desde/sobre/en el amor, interpelaciones poético-íntimas en sucesivos out of conetx (desde el Camino de Santiago a la road rute en acampada por los alrededores de Ouachita), o este delicado homenaje a su hermano errático en los márgenes que cambian el cloro (la cuenca) por los tipos impresos. Ella, la poeta asocial, la de la biografía mínima, eterna aspirante al Nobel, defensora del banal intento presocrático de atrapar lo que se va, la que dice sentirse mejor en el agua que en el mundo, escribe desde la sensorialidad y leerla es un tránsito emocional que, al menos a mí, me deja siempre llena de interrogantes sobre la (mi) vida. 

Este ensayo, según indica la propia autora, es una joya de los deseos para su hermano, un metafórico trozo de cuarzo que contiene, si no el agua más antigua de todos los mares de nuestro mundo (algo que él le explicó), sí el agua del lago en el que el nadador se baña (“Me lo acercó a la oreja. Escucha -dijo- la vida y sin escapatoria”). El hermano de Anne Carson (“el sol que apareció en mi vida”) murió en Copenhague en el año 2000, años después de su huida de la casa familiar (“ante el sonido de una llave que gira, un hombre es un cuerpo todo hecho de cerrojos”). El texto está escrito antes de su muerte (la primera edición es de 1994) y prologado, creo, después de saber de esta (o quizás después de temer/sentir sobre esta). Podría interpretarse esta obra minúscula (por extensión) como un déjà-vu adelantado, el temor a que la desaparición voluntaria del “nadador” deviniese ahogo definitivo. En 2010 Carson escribiría una conmovedora despedida para su hermano en Nox (Vaso Roto, 2018), un libro acordeón (concertina binding), formato utilizado para los textos budistas en homenaje al deseo del fallecido de llegar a China.  

“El nadador se permite escapar del calor del día hacia un baño dorado de luz que se ahonda y se enfría hacia un millar de noches de, de agostos, de sueños humanos.” 

En algún lugar hay un lago. En algún lugar hay una cabaña. En algún lugar hay un nadador. En algún lugar el nadador ermitaño observa el lago (“escucha el viento tocar cada eslabón de sus sueños mientras tanto, ¿qué sueña un lago?”). A menudo llueve. Ping. Las gotas de lluvia son gotas de agua rebotando en el agua del lago. Ping. Agua sobre agua. Ping. En algún lugar hay un lago en sombra y unos patos despiertos junto al borde del agua. Ping. A modo de brevísimo diario apócrifo, Carson da cuenta de los nados y de las decisiones sobre el nadar del nadador innominado. 

El nadador, del que nada sabemos, parece querer olvidar nadando, parece buscar en su esfuerzo sobre el agua la calma que la tierra, los pies en la tierra, no le dan. “No hay sueño aquí, piensa el nadador mientras atraviesa a toda velocidad la penumbra como una cuchilla de cristal en un profundo silencio. Una gota de agua totalmente despierta.” ¿Es el nadador un hombre de alma oscura, me pregunto mientras él contempla el agua, esta sí, oscura?  ¿Es el nadador un hombre à la recherche de sí mismo, me pregunto cuando Carson escribe “qué lento es el trance de la sabiduría hacia el que nada el nadador”? ¿Es el nadador un hombre que busca ahora los placeres mundanos en proyecciones acuáticas (“el nadador chapotea hacia atrás y se aleja a través de atrios submarinos de novias que mecen las maravillosas plumas rojas de sus piernas como extensiones de secretos visibles”)? ¿Es el nadador un hombre expuesto en el agua o en la tierra? Carson rechaza dar una respuesta: “Expuesto. Se aleja nadando”. 

El nadador (“la mano con el anillo de compromiso”) huye al fondo del lago (“donde su reino de agua oscura le da la bienvenida”) y una vez en la superficie rota su cuerpo entre las sombras que tiemblan en el fondo y las hermosas nubes que también tiemblan. El mundo es dual. La vida es dual. El agua es dual. El nadador juega con los halos de luz reflejados en el lodo. El nadador quiere ser sólo el nadador, pero en el nadador hay un antes (¿o alguna ensoñación de futuro?) que también tira de él: “si alguna vez olvido mi profundo vínculo contigo”.  

El nadador nada bajo la lluvia, “con frío y muy concentrado el nadador se desliza justo bajo la superficie del agua, observando como cada gota la golpea y rebota”, el nadador busca en su mente un verso de Rilke (¿será este?: ”una tormenta sin nombre / un huracán del espíritu”), recuerda La Virgen de las Rocas de Leonardo, siente “las voces de la ley desde dentro” como le sucedía a Sócrates. El nadador presiente que “muy lejos, en lo alto del cielo, nubes de sangre se acumulan como una herida bajo la piel”. 

No hay, en lo escrito, en la apariencia de lo escrito, un peligro concreto pero a cada fragmento Carson va aumentando la sensación de desasosiego, incomodidad, inquietud: “con cada brazada el nadador reemplaza este alboroto por el silencio bajo la superficie, su deslizante reino verde de ansias, monotonías y vacías penetraciones”. Nadar como penetrar y ser penetrado. Nadar como barrer el pasado desde el agua. Nadar como modo de postergar las urgencias. Nadar para soñar, para re-atrapar la vieja costumbre de soñar, aunque quizás sueñe mejor desde la orilla, en la contemplación del lago, en la contemplación del saberse acuático en breve. Nadar para afianzar la quietud, la renuncia a las actividades. “Quizás yo sea el sueño del gato, piensa el nadador, rompiendo la superficie”.  

El lago es el antes y el después, las posibilidades perdidas y las posibilidades “no usadas”. El lago, la oscuridad, la neblina. Y la garza, la garza que observa el lago. La garza-espejo-del-nadador “tambaleándose de una pata roja a la otra”, la garza que el nadador, “zambullido a través del espejo azul oscuro del lago” buscará en el agua igual que buscará “recuerdos de cómo la gente usa el amor”. Ya no hay anillo en el dedo del nadador. El nadador desposeído. “¿Quién más me conoce? Nadie”. 

“Un desconsuelo se filtra desde la luz gris y vaga por el agua gris. Una sucesión de frías ondulaciones avanza hacia la orilla. En algún lado colina arriba, una motosierra muerde el aire y luego calla. El silencio contesta con un chapoteo. Temblando como un niño el nadador se mete en el agua.” 

El nadador es un hombre solo. Es nadador es un niño solo. El nadador es, quizás, un Peter Pan intra-mundos. El nadador siente desplazarse la orilla y las montañas entre las olas que provocan sus brazadas. El nadador ya no es quien fue y busca, tal vez, en el agua la estela de sí mismo. El nadador no quiere, y flota. El nadador quiere, y se deja arrastrar. El nadador nada entre la plenitud y el vacío. “La tormenta no llega. El agua observa”. El nadador es sobre el agua. El nadador es agua, sólo agua. El nadador recuerda que Modigliani pintaba el iris, “cosa que a él le parecía demasiado íntima”. El nadador, en el agua, desde las profundidades del agua, confunde sus lágrimas con, ping, gotas que golpean su iris desde dentro.  

Apenas doce páginas para que Carson transmita toda la extrañeza que convive entre el abandono, la huida y el temor de la muerte: “Por otro lado la muerte, sí, suficientemente sigilosa, no ignora a nadie y nunca duerme”. Sólo el agua es abrazo para este nadador que no parece dejarse acoger por nadie, sólo el agua es la restauración del pasado antes del abrazo final, sólo el agua como amnios en un recorrido vital inverso. “El lago reposa como una lengua de plata en una boca negra” 

Si en este mi Ciclo del Agua las piscinas suelen ser “bordillo de la felicidad” (gracias de nuevo, Anabel Vázquez –Piscinosofía, Libros del KO, 2023-), el paréntesis del lago de la mano de Carson es la cara opuesta, el agua como desasosegante “límite sin límites del horizonte”, el agua como nihilismo en el que zambullirse, el agua como “epitafio antes del epitafio”, el agua (parafraseando a la autora) como herida abierta entre el ser humano y Dios, el agua dual, el agua como polisémico medio hacia el conocimiento.  “¿Existen dos maneras de conocer el mundo: una manera sumisa y otra voraz? Acaban más o menos en el mismo sitio.” Si en el Génesis (3:19) la amenaza divina fue “Polvo eres y en polvo te convertirás”, yo quiero pensar que, al menos, por lo que se refiere al tránsito, éste será acuático. 


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