Anotar lo extinto, de Eduard Farràs Núñez (RIL) | por Francisca Pageo

Anotar lo extinto o nombrar lo que ya no existe. Ambas cosas podrían significar lo mismo pero si yo nombro algo sigue existiendo. En el recuerdo, en la memoria. Eduard Farràs Núñez traza en este poemario toda una serie de conjeturas sobre el olvido, sobre la memoria, sobre lo que ya no es pero se queda ahí dentro nuestro formando huecos. Anotar lo extinto era nombrar lo que ya no existe pero seguimos viendo. Ver el hueco, el intersticio entre unas cosas y otras, de eso trata este poemario tan críptico . No he sabido muy bien cómo debería nombrar aquí sus palabras. Son estos poemas, poemas que nacen del interior, de lo que surge cuando no vemos algo, de lo que se entremete entre olvido y olvido. Porque habla aquí Farràs Núñez de infancia, habla de adolescencia, habla de lo que ya no es pero que se ha quedado con nosotros. Por lo tanto Anotar lo extinto era nombrar lo que queda. Era nombrar el pasado para que sucediera en el presente. Era nombrar lo que fue para que recordemos qué somos, de dónde venimos, qué hacemos, a dónde vamos.
Quisiera que nombrar aquí los poemas me retrotrajera a un estado perenne de las cosas. Pero ellas son caducas. Estos poemas se contradicen un poco con el sentido epicúreo del mundo. Queremos nombrar lo que ya no existe porque encontramos cierto placer, pero al nombrar el dolor se hace, el dolor se vuelve vivo y se vuelve sangre y herida. Son estos poemas, entonces, como heridas. Y el poeta cicatriza así lo que no pudo nombrar en su día. El sentido de cada poema pertenece a las palabras que el autor se lanza a sí mismo. Quisiera nombrar la palabra extinta, la que ya no existe, pero no es posible, pues solo metaforizando podemos encontrar un riguroso tejemaneje de ecos, de vueltas sobre lo que no dijimos, lo que no hicimos, lo que no sucedió.
Aquí las cosas suceden tal cual, pero hay misterio. Como todo poema debe ser. El misterio de cada poema cruza el sendero de la vida, en lo que sinuosamente vamos ahondando. Quisiera nombrar el misterio, pero para qué. Nombrar el misterio haría desaparecer el sentido de estos versos, de estos poemas, de esta poesía que no rima. El verso libre se hizo más libre aún al ir por su cuenta. Anotar lo extinto es de este modo una solventud hacia lo que no pudo ser, lo que no pudo hacerse. Aquí ya nada existe, pero nosotros lo nombramos, por lo cual las cosas existieron, y si existieron es que algo queda: quedan las palabras. Quedan los recuerdos. Queda lo que tergiversamos para nombrar. Nombrar lo no dicho, lo no hecho. Nombrar el poema era nombrar la vida. Nombrar lo que queremos metaforizar era hacer de la vida un símil para poder vivir. Farràs Núñez metaforiza para existir. Él existe, por lo que lo no nombrado también sigue existiendo.
Quisiera que nombrar aquí los poemas alimentara esta sensación de orfandad al leerlos. Una se siente hueca, algo que no supe entender, que no supe sacar de ellos, sucede; como suceden los días. Son así no hechos para entender estos poemas, sino para sentirlos con emoción, con un sentido de virtud hacia lo que es la vida: el misterio de las cosas que no hicimos, el misterio de las cosas que no se han hecho. Pero como digo: quedan los huecos, ahí donde esa virtud florece, esa virtud se hace.
“Habitar es sumergir la planta y el empeine / abarcar la perla vibrante del fango.
Así construyo mi comarca, / Así me asentaré en el mundo”.