El cascanueces y el rey ratón, de E.T.A. Hoffmann (Nórdica) Traducido por Isabel Hernández. Ilustraciones de Maite Gurrutxaga | por Almudena Muñoz
Muchas personas se han topado con el regalo de una dedicatoria oficial al comienzo de un libro, pero pocas lo han recibido además en Navidad. Fritz y Marie Hitzig fueron obsequiados por un amigo de su padre con El cascanueces y el rey ratón en las navidades de 1816, un cuento en el que ellos eran protagonistas de una aventura llena de ratones voraces y batallas que, hoy por hoy, se diría muy alejada del canon navideño.
Más popular a raíz del ballet que compusiera Tchaikovski en 1892 con libreto inspirado en una adaptación de Alexandre Dumas (La historia de un cascanueces, 1844), El cascanueces de Hoffmann esconde más narraciones del extravagante padrino Drosselmeier. Figura típica del romanticismo alemán, este narrador es una Scheherezade que explica por partes los orígenes violentos del cascanueces, antes de que Marie tenga ocasión de visitar un mundo de Navidad perpetua con copos danzantes y palacios de mazapán.
En ocasiones, las ediciones ilustradas pueden provocar en las historias el mismo efecto que la decoración de un instrumento ideado para partir nueces: pasar a la balda como elemento de exposición antes que de uso, asociándole un significado estacional que ya casi nadie recuerda. Así como el cascanueces decorativo típico alemán puede resultar inquietante para algunas sensibilidades navideñas y, en realidad, su aparición en las casas de diciembre sólo se debe a otra costumbre fabricada en Estados Unidos, el cuento original ha perdido el brillo que tiene el ballet, un espectáculo hecho para ser devorado con los ojos sin que los flecos de la trama y los sentidos más oscuros sean ya percibidos.
La cubierta y las preciosas guardas de El cascanueces de Nórdica son indiscutiblemente navideñas, pero encierran la paleta invernal y las múltiples capas de lectura de las ilustraciones de Maite Gurrutxaga. Como en la historia de la pequeña Marie y su obsesión con un cascanueces que recibe en Nochebuena, la dualidad es reina del relato. La calidez navideña y la crueldad del invierno, el mundo racional y la ensoñación, los objetos placenteros y los feos, el hogar paterno como el campo de batalla entre dos edades (recibir regalos y herirse con el cristal de una vitrina en una misma noche). En definitiva, la tensión nada cómoda entre la percepción de la Navidad de un niño y la de un adulto. Y entre ambos, el difícil papel del autor romántico, necesitado de recuperar la ilusión del primero sin saber desprenderse de la nostalgia destructiva del segundo.