La coronación de las plantas, de Diego S. Lombardi. (Jekyll & Jill)  Ilustraciones de Claudio Romo | por Francisca Pageo

Diego S. Lombardi | La coronación de las plantas

El folklore siempre tiene algo inventado, algo que hacemos nosotros, que ponemos nosotros y modificamos con el tiempo. Es irremediable no relacionarlo con lo mágico, con lo misterioso, con lo que no podemos terminar de intuir. Algo parecido pasa con La coronación de las plantas del argentino Diego S. Lombardi. No sabemos muy bien dónde encajar el libro, pero sin duda es capaz de provocarnos una incertidumbre, una sensación ambivalente ante lo que la magia y la alquimia nos ofrecen.

El herbario del que se habla en la novela es aquí ilustrado (aunque no completamente) por Claudio Romo. Ilustrado con una estética siniestra pero bella y sublime, de un esteticismo desinteresado que intensifica la historia haciéndola más profunda y misteriosa. Estamos ante una novela puramente visual e, incluso, podríamos decir, olfativa. No podemos negar el hecho de que necesitamos visualizar todo lo que sale en ella. La ficción nos lleva por caminos de fantasía y surrealismo. Caminos que no todos somos capaces de imaginar pero que Diego hace muy bien.

A pesar de que la historia de este libro transcurre en la actualidad, hay algo que la hace atemporal, como si lo contado pudiera pertenecer a otro tiempo indeterminado. Las plantas aquí mostradas poseen cualidades psicoactivas, cualidades que alteran las funciones de la mente humana y que tienen efectos mágicos y ocultos en nosotros. Asimismo, los conjuros mostrados son excepcionales. No cabe duda de que Lombardi se ha adentrado fielmente en el mundo de la botánica. Lo ha descuartizado y se lo ha comido, lo ha triturado y mezclado dentro de sí para vomitarlo ante nosotros, haciendo así un collage único. Lleno de atributos que solo Lombardi ha podido darle.

Estamos ante un libro que no sabemos muy bien qué es, no sólo por la mezcla de estilos y elementos, pero que embellece la parte oscura de nuestra alma, la sombra; además de lo que la naturaleza nos ofrece y sus propiedades misteriosas.

«En el margen de la laguna yacían árboles derrotados, podridos, de donde pendían unas florecillas blancas como jóvenes bailarinas de ballet que se acomodaban sobre las rodillas de un viejo empresario. El denso olor del nigredo que el fango despedía, lejos de disgustarme, me recordó al aliento que recorría el pasillo y llegaba a la sala desde la siempre oscura habitación de mis abuelos, aliento agravado aún más por las flores mustias que quedaban en el florero por largos periodos de tiempo antes de que alguien se decidiera a cambiarlas».

[…]

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