En tierras del Danubio. Una geografía sentimental, de Denis de Rougemont (Gallo Nero) Traducción de Marta Cabanillas | por Juan Jiménez García
Estamos hacia el final de los años veinte. La Primera Guerra Mundial terminó, pero no sus consecuencias, ese germen de otra guerra por venir. Denis de Rougemont es un joven suizo. Cree en el viaje como una manera de alcanzar un cierto conocimiento de uno mismo. Estamos en una Europa que se mueve entre la nostalgia por todo aquello que se perdió y otra que celebra estar vivos. Podríamos pensar que es la diferencia entre los perdedores y los vencedores, pero no, ahí está la efervescencia cultural de la República de Weimar. Suiza es un lugar tranquilo, idílico, siempre igual a sí misma. Es suizo de la zona francesa, una zona permeable a lo alemán. El país, por otro lado, del Cabaret Voltaire y el dadaísmo. Así, este viaje no siempre danubiano, contiene distintos estados de ánimo. Desde ese Imperio Austrohúngaro añorado por Stefan Zweig o Joseph Roth, hasta el regreso a Europa después de la Segunda Guerra Mundial. El libro empieza, pues, en Viena y Budapest, con dos episodios que tienen algo (ahora lo pienso) de fellinianos, evocación de viejos fantasmas que han sobrevivido a un tiempo que no volverá, que ya no está, que no estará. Viejos cuadros en las paredes. Viejas vidas alrededor de esas paredes. Sí, la Europa central tal vez solo sea un espacio sentimental. Antes, ahora. Ese espacio en el que convergen campos magnéticos e incluso imperios como el Otomano, que se quedó a las puertas de Viena y cuya influencia (iba a escribir influjo) sigue estando aún presente. Tanto más entonces. En aquellos días, Hitler era el misterio de una cita musical.
En La lentitud de las cosas, está su viaje a Prusia y su estancia en Suabia. El rigor militar prusiano, que se extendía a todas las cosas, a todo comportamiento (incluido la educación de los niños, que reproducía ese rigor). Prusia, que llevaba en ella todas las guerras. Las victorias del pasado glorioso y las derrotas del pasado presente. Heridas que no llegarían a cicatrizar. Bosques y silencio. Silencio, tanto silencio. Escribe sobre Hölderlin. El texto acaba así: A mi alrededor todo vuelve a ser insuficiente, transitorio, esquivo. Todo vuelve a significar ausencia. Estamos en 1929. Se marcha a Suabia. Allí pasará unos meses, desde principios de abril hasta agosto. Busca una cierta tranquilidad. La quietud de las cosas, del agua del río, de la mirada de las muchachas. Tiene veintipocos años. Esta es la parte más sensorial del libro. Es como si hubiera dejado de pensar en los acontecimientos para encerrarse en su propio interior. Retirarse, hacerse a un lado de la Historia. Los sucesos dejan su lugar a las vivencias. Goethe no está lejos y llora leyendo Werther. El hombre de ciudad, se encuentra con la naturaleza. Otro fragmento: Dice Goethe que la arquitectura es música congelada. La arborescencia sería música viva, música infinitamente lenta. La lentitud, eso es.
En Cuando recuerdo, es Europa, todo se ha precipitado y la nueva guerra está por empezar. Dice: Tras Viena, junto con Praga, acaba de morir una Europa. Empieza y también cae Francia. Se marcha a Nueva York, pero él, europeo convencido, está fuera de lugar. Acabada esta, vuelve a su Neuchâtel natal, pasando antes por París, un París en el que todo, siendo igual, le parece distinto. Como empequeñecido. En ese regreso a Suiza recordará su infancia y se pensará como suizo. Tal vez no ha pasado mucho tiempo. Ni tan siquiera es un hombre viejo, pero el tiempo se ha multiplicado por mucho. Lenta caída. El Danubio seguía ahí, sigue ahí, cruzando fronteras, las fronteras de otros que ya no son aquellos.