Animal de nieve, de Dara Scully (Caballo de Troya) | por Francisca Pageo
Dara Scully escribe y fotografía desde un mismo punto, desde un mismo universo que nos envuelve, emociona y deleita. Desde Caballo de Troya llega su segunda novela, Animal de nieve. Una novela de recovecos casi crepusculares, donde la atmósfera impregna a los personajes, a la narración y a la naturaleza que habita en ella.
Animal de nieve es una novela en la que los personajes actúan como quien quiere hacer de sí mismo un punto de partida. Cada acto desemboca en otro, cada personaje, ya sea Miss Bell, Angélica o Fréderic, nos sitúa ante un lugar en el que nos detenemos y nos planteamos por qué se hace o se piensa de una manera determinada. El lago, que actúa como otro personaje más, nos descubre esa otra parte de la vida. Un pasado que llevamos a rastras, que no nos deja seguir, que nos paraliza como el helor propio de las nieves. Animal de nieve tiene mucho de eso, de nieve, de paisaje paralizado. ¿No es acaso eso un internado de señoritas? En un internado de señoritas el mundo se paraliza, pues aquí todo nos es remitido a una época pasada, a un punto del mapa donde las cosas que suceden sólo suceden dentro de los personajes, de su vida, de lo que la autora nos ha intentado mostrar.
Para leer a Dara Scully basta con dejarse llevar por la narrativa y la atmósfera que, aunque pueda parecer cerrada, la naturaleza misma nos indica que hay una vía sobre la que mirar fuera. Los personajes son ese punto de unión entre ambas cosas. Sólo es través de ellos como sucede todo. El libro es una pequeña herida, que se intenta suturar a través de la belleza, de lo que creemos poder palpar y que en el fondo no es más que un instinto de supervivencia. Un agarrarse a la música, a las artes mismas, a ese cisne que habita en el lago, a la naturaleza que va transformándose alrededor. Animal de nieve nos remite a esa narrativa que Henry James supo acercarnos y que Dara Scully hace igual de bien. Con esta novela nos detenemos profundamente en su psicología y en un mundo donde las cosas tienden a aparecerse casi ocultándose. Hay mucho de lo que no se dice aquí. Mucho de lo que ocultamos y pretendemos que así sea. Es, de hecho, necesario que sea así, pues solo de esta manera es como sus personajes nos indican cómo son y qué pretenden.
En estos tiempos donde lo actual está de moda, creo que son necesarias novelas así, en las que detenerse como se detiene la historia; como nos detenemos al mirar al pasado o como nos detenemos al mirar en ese lago. Y es que en el lago está todo, más allá de los bosques y de las paredes del internado, en el lago va a parar todo aquello que no nombramos, que vimos y no supimos ver y también lo que deseamos ver. Leo a Dara Scully y veo aquello que nos detiene, de frente, sin nada más. ¿No es estupendo detenerse? Ya lo dijo Goethe: «¡Detente, momento! Eres tan bello.»