Enciclopedia de los muertos, de Danilo Kiš (Acantilado) | por Óscar Brox
Conocí la obra de Danilo Kiš a través de los relatos póstumos que componen Laúd y cicatrices, donde cada una de sus historias dejaba un rastro de un personaje, detalle o acontecimiento real enmascarado tras la ficción. Hasta ese momento, mi conocimiento tanto de Kiš como de la literatura yugoslava -si hacemos caso a las obras aparecidas antes de su desintegración durante los 90’- era prácticamente anecdótico; un poco de Ivo Andrić, por curiosidad lectora y cercanía de un ejemplar de Un puente sobre el Drina. Lo que me llevó desde aquella recopilación póstuma hasta esta Enciclopedia de los muertos fue, fundamentalmente, la belleza íntima de unos pasajes humanos descritos con una hondura emocional extraordinaria, no exenta de una tristeza también extraordinaria. A su manera, en la línea de las narraciones personales de Serguéi Dovlátov, pero sin ese encanto ruso que transforma lo triste en familiar, y viceversa; jirones de una memoria colectiva que la escritura intenta no olvidar.
La Enciclopedia de los muertos no puede juzgarse bajo esos mismos parámetros, precisamente por su ambición estética, narrativa y temática. Aquí cada relato es una miniatura histórica en la que Kiš despliega una potencia literaria asombrosa, donde la evocación lírica convive con el tratado moral y la lectura religiosa. Lo que me gusta del estilo de Kiš es que, como László Krasznahorkai, hace de cada descripción una quimera por conquistar hasta el último detalle posible. Si el autor de Melancolía de la resistencia era capaz de cerrar su obra relatando pacientemente el proceso de descomposición de un cuerpo, Kiš hace lo propio en la historia que da título a su obra explicando cada paso en la vida de un padre ausente cuyo recuerdo ha quedado almacenado en la enciclopedia. En otras palabras, un paisaje cuya respiración se construye página a página, como una gigantesca invocación emocional que solo puede acabar con la muerte.
Si en ocasiones Kiš parece una versión balcánica de Borges, un heterónimo capaz de camuflar su estilo en diferentes voces, lo es por la facilidad con la que pasa de un registro a otro; de un relato en el que el gnosticismo de la época de los apósteles se enfrenta a sus contradicciones internas a una elegía por la prostituta más hermosa del puerto de Marsella. Así, cada miniatura tiene un matiz diferente, siempre hermoso, en el que su autor vacía su escritura hasta sus últimas consecuencias. He ahí esa belleza grotesca del marino que reúne una corona de flores muertas mientras recuerda el tacto íntimo y el calor interior que despertaba en su corazón cada vez que penetraba a la prostituta, cómo el tiempo talló en esos muslos otro puerto de entrada -más emocional, más sentido- a unas vidas disueltas entre escalas y travesías comerciales. He ahí, también, esa voz femenina que esculpe, en Sellos rojos con la efigie de Lenin, el retrato de un escritor fallecido cuya biografía está atravesada por la rememoración de su obra.
En su excelente edición a cargo de El Acantilado, la propia editorial describe el libro de Kiš como un conjunto de parábolas, cada una con objetivos tan diferentes como la condición humana, la historia, la moral o la evolución del pensar. Una vez leída la Enciclopedia de los muertos, me inclino a pensar en unos términos parecidos a los de Alberto Savinio cuando explicaba que su Nueva enciclopedia era una respuesta al descontento que lo provocaban las anteriores. Hay en Kiš esa clase de ambición, la de construir una serie de paisajes y humanidades que narren, como si se tratase de un segundo origen, algunos de los momentos más importantes de nuestra Modernidad. De ahí, tal vez, el mejor relato de su obra, El libro de los reyes y de los tontos, donde los orígenes del totalitarismo aparecen grabados en una publicación clandestina cuya evolución editorial acompañará cada paso hasta su detonación definitiva durante la Segunda Guerra Mundial. Todo un tratado sobre el devenir de la moral en los tiempos más oscuros del hombre. Fruto de esa ambición, la escritura inolvidable de Danilo Kiš. Quizá lo único inmortal que deja el recuerdo de su obra.