En una de las entrevistas que componen parte de Homo poeticus, Danilo Kiš reflexiona a propósito de la mal llamada moral bohemia que, cerca de los años 70, prácticamente carece del sostén necesario para guardar un poco de credibilidad. No en vano, dirá, más que bohemios los de su generación eran escritorios provincianos, llegados tímidamente de los pequeños rincones de Yugoslavia a un Belgrado que todavía no había triturado sus aspiraciones intelectuales bajo las enseñas ideológicas que dictaban el tiempo y las banderas. Y no es tanto la intensidad de sus impresiones lo que llama la atención de la conversación, sino los múltiples condicionantes de los que parte: como yugoslavo en un territorio aplastado por la Guerra, el poder de Josip Tito y la futura división en múltiples identidades nacionales; como judío en la frontera con Hungría, entre persecuciones y deportaciones a los campos; como escritor yugoslavo enfrentado a una intelligentsia local que, a partir de Una tumba para Boris Davidovich, llevará a cabo una campaña de descrédito y difamación; y, finalmente, como escritor sin patria en Francia, movido por la falta de aprecio hacia aquella izquierda que miraba hacia Moscú o China sin instancia crítica alguna.
Se podría decir que Homo poeticus responde a todos esos condicionantes a partir de los textos críticos y reflexiones de Kiš. Desde sus comentarios severos hacia la burguesía intelectual francesa, con Sartre y Beauvoir como ejes principales de sus lamentos, hasta sus largas explicaciones sobre el Mal, el destino de la literatura y la función creativa de esta. Algo que, a falta de culminar la traducción completa de toda su obra literaria, se antoja un complemento crítico valioso. No en vano, las reflexiones del autor de Circo familiar se leen bajo el prisma de una potencia intelectual de otro tiempo; de una exigencia crítica a la que, tal vez, hemos renunciado hasta abandonar en algún punto del camino. Solo así se entiende el ensayo que dedica a discutir los argumentos teóricos de Georg Luckács o su manera de comentar obras como Pustolina. O en esa bella descripción de la poesía popular de Prévert, sin la cual sería difícil imaginar la chanson según Georges Brassens, Jacques Brel o Guy Béart.
La mirada incisiva de Kiš se traduce en una colección de ensayos de gran valor intelectual, en los que el autor yugoslavo es capaz de discutir la idea de vida y biografía según Raymond Queneau (uno de los escritores a los que vertió al serbio, por cierto) mientras elabora un perfil literario del artífice, o lexicómano como le llama, de Ejercicios de estilo. O de reflexionar sobre Borges, al que en no pocas ocasiones se le comparará; en parte, como señala el propio Kiš al hablar sobre la escritura de Jardín y cenizas o Penas precoces, de fuerte carácter biográfico, porque parece que las historias allí contenidas, vistas desde el prisma del paso del tiempo, sean más cercanas a la ciencia-ficción que al documento verificado que atestigua los hechos sucedidos. Asimismo, también esa consolidación de estilo que supuso Una tumba para Boris Davidovich abarca una parte sustancial de sus reflexiones, tanto por las acusaciones de plagio a cargo de la intelligentsia yugoslava como por la técnica que Kiš aún perfeccionó en Lección de anatomía, bajo su título una carta incendiaria dedicada a los intelectuales de su país incapaces de reflexionar sobre la materia literaria y la crítica.
La verdad y la belleza, o la construcción de una realidad, son algunos de los temas que palpitan en la obra de Kiš, ya sea en primeros acercamientos como pudo ser Salmo 44 -novela pegada a las cenizas de los campos y las deportaciones masivas- o en versiones más depuradas, auténticos tours de force estilísticos, como Enciclopedia de los muertos; esta última, un paisaje cuya respiración se construye página a página, como una gigantesca invocación emocional que solo puede acabar con la muerte. De ahí, en definitiva, que recorrer las hojas de este Homo poeticus despierte en el lector una nueva apreciación, no solo por la escritura, sino también por la crítica literaria. Que despierte, en suma, el aprecio renovado por un pensamiento, el de Kiš, siempre en acción en cada página de su memoria intelectual.