Tiempo sin lluvia, de Cynan Jones (Chai Editora) Traducción de Esther Cross | por Gema Monlleó

Cynan Jones | Tiempo sin lluvia

“Tu preocupación es como un arma -dice él. Y es como si se hiciera trizas un invernadero”

Tiempo sin lluvia (Cynan Jones, Chai Editora, 2022) cuenta una historia que sucede en un día. Un día de rutinas en una granja de Gales, una granja en una loma, a pocos kilómetros del mar. Un día en el que se pierde una vaca, una vaca embarazada (“a veces cuando están preñadas se tuercen (…), van dando tumbos, se tropiezan y siguen adelante”). Un día en el que se encuentra la vaca. Fin. ¿Fin? No.

Este es un libro de aquellos en los que no pasa nada, pero pasa todo. Un libro de un día, de un solo día. Un día como tantos días, porque cada día en que no pasa nada lo que sí pasa es la vida: “cuando amanecía hubo un momento de frío, como si fuera un último aliento, y después llegó el calor”.

No pasa nada cuando una vaca se escapa y Gareth (el granjero) sale a buscarla y, mientras camina por la granja, piensa y recuerda y se reafirma en el tambaleante amor a su mujer (“ella ha estado únicamente con él, así que siempre se ha imaginado que por dentro ella debe de tener la forma que él le ha dado”) y anhela (porque quiere que algo lo sacuda por dentro) y, a su vez, se desdice de lo anhelado («trata de borrar de su cabeza esta ocurrencia, esta necesidad inesperada y subversiva de que sobrevenga una tragedia para que puedan acercarse de nuevo»). No pasa nada cuando Kate (su esposa) tiene jaqueca y dormita (“el sueño transformaba su dolor. Cuando estaba despierta, era como agua hirviendo en una tetera. El sueño lo convertía en vapor”) y pese al dolor evaporado recuerda lo que quiere olvidar y se mira y se odia y se interroga y se juzga y se absuelve y mejora (“y habla en voz alta, como si ella misma fuera una cara que responde desde un espejo. Es una forma de controlarse o medirse”). No pasa nada cuando Dylan (el hijo adolescente), en la abulia de su edad, cumple justito los encargos de su padre en la granja (“estaba enfadado, más que nada por costumbre. Y sólo estaba enfadado porque había tenido que salir de la cama, no porque tuviera que llevar a los patos”) y el olor (hedor) de los patos que debe soltar en la laguna no es óbice para que se recree en el olor que prefigura en los pechos blancos de las chicas. No pasa nada, nada de nada, cuando Emmy (la hija pequeña) ayuda al veterinario a dormir a Curly, el viejo perro enfermo, y dibuja sin colores porque “dice que sus lápices no sirven para pintar los colores que ve”. No pasa nada cuando Bill (el vecino), “demacrado, tan consumido que parece que la ropa lo mantiene en pie (…), da la impresión de que puede desintegrase en el aire cristalino como las hojas muertas”, ayuda y reconforta con su presencia en la linde de la granja. No pasa nada en las memorias del padre de Gareth que éste lee por las noches (la guerra, los ¿ángeles?, la muerte de su primera esposa, el deseo de abandonar el banco en que trabajaba…). No pasa nada en la tierra seca, árida, en el pantano ya inexistente cuyo lecho sirve para hacer camas-de-vaca (“un mundo reseco, tenía un aura, un aire acechante, un aire expectante”). No pasa nada cuando los niños encuentran un conejo moribundo y deciden matarlo y se protegen y actúan y callan y su lazo se estrecha en el amor. No pasa nada en los gatos perdidos (¿robados, comidos?), en las setas venenosas, en los dientes de león, en las hadas, los sapos, las cacas de los patos. No pasa nada, y entre la nada, el todo. Y en la nada, la vida, la pequeña vida, las acciones minúsculas.

Este es un libro en el que no pasa nada, casi nada, excepto en dos momentos en los que, sin apenas pasar nada, se apuntan dos (grandes) hechos: uno pasado y otro futuro. Dos momentos en los que el libro se vertebra y muta y crece, y desde el mismo tono de la rutina cotidiana, empequeñece hasta la nimiedad todas las nadas que en la mente de los personajes y en la nuestra “descansan bajo la superficie como depósitos de agua, a la espera de que nos sirvamos”.

Apuntados y sin masticar, los grandes temas: el amor, la familia, el sexo, el deseo, los sueños, la maternidad, el destino, la culpa, la enfermedad, el autocastigo, el espacio como determinación de la vida. Apuntados, como si nada.

Esta no es una reseña al uso, lo sé.

Este libro tampoco es una historia más.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.