Por el bien del comandante, de Constance Fenimore Woolson (Ardicia) Traducción de Julia Osuna Aguilar | por Juan Jiménez García
Atendiendo a las palabras de Henry James (que cierra a modo de epílogo este libro), la literatura fue uno de aquellos primeros lugares en los que la mujer pudo reclamar su sitio con total justicia, antes de ser admitida en otras muchas profesiones. Estamos hablando de finales del siglo XIX y, claro, tenía razón. El caso de Constance Fenimore Woolson, escritora norteamericana, sería emblemático de ello, y James lo sabía bien porque la conocía bien. Aquí en España Alba había publicado sus relatos y ahora, de la mano de Ardicia, le ha llegado el turno a la novela, con este Por el bien del comandante.
La historia es ciertamente minimalista. En un pueblecito del sur de los Estados Unidos, Far Edgerley, vive la familia Carroll, cuyo cabeza de familia, el comandante, se recupera de una enfermedad del pasado invierno. Su mujer, treinta años más joven que él, se entrega (literalmente) a su cuidado. En esos días, regresa la hija del primer matrimonio de él, Sara, cuya obsesión por su padre es notable, aun habiendo estada alejada de la familia durante unos años. Las Fincas, la casa familiar, es el metafórico centro del pueblo. El orgullo de esa pequeña comunidad, una comunidad entregada a sus ritos de paso. A la monotonía de los días, de los que no esperan demasiado más allá de un invariable orden, que muy bien podrían representar los Carroll. Pero no todo es como uno quiere, y entre nuestros deseos y la realidad hay todo un mundo. La llegada de un joven músico traerá aires renovados y también la presencia del cuerpo extraño.
Constance Fenimore Woolson era una escritora de ambientes. Ya no se trata solo de la minuciosa reconstrucción que hace de la comunidad, tanto física como espiritualmente (la presencia de la religión es importantísima, y tal vez nos sirva para entender, un poco más, esa obsesión tan norteamericana). Se trata de darle su importancia a cualquier detalle. Un pliegue del vestido, unas arrugas, un gesto, unas palabras, cualquier cosa. Escritora costumbrista, Por el bien del comandante es una brillante muestra, llena de colorido, a través de esa sociedad cerrada en sí misma, pero no solo eso. Lentamente iremos abandonando lo general por lo particular, hasta que el drama se materialice. Primero con la misma sutileza con la que nos hemos ido adentrando en Far Edgerley; más tarde con la fuerza de lo personal, de las vidas que se esconden detrás de esa idea de comunidad y de esa inmovilidad y pequeños gestos. Como si ese cuadro bucólico, canto a la esencia, a los movimientos medidos, a la belleza de los instantes suspendidos, se resquebrajara, dejando paso a otro mundo, más triste, más gris, menos glorioso. De nuevo, la distancia entre la vida soñada y la realidad, en una vida de mujer (su protagonista) escondida bajo rígidos códigos impuestos (también por su propio rigor), pero palpitante.
Por el bien del comandante es un libro como ya no se escriben. No se escriben como ya no se hacen aquellos bordados primorosos, o como la comida rápida dejó atrás las viejas comidas puestas al fuego durante muchas horas, en busca de sabores que solo puede dar el tiempo y la constancia. No se escriben simplemente porque no existen esos artesanos capaces de ir encajando engranajes y ruedecitas en una complicada y minuciosa maquinaria que dará las horas justas, como este libro da la escritura precisa. No se escriben porque vivimos demasiado rápido y vemos las cosas pasar demasiado deprisa. Invocación de esos viejos tiempos del pasado, la novela de Woolson es una lenta invitación a descubrir la lentitud. Y la belleza. Todas esas cosas tan próximas a la melancolía.