La filosofía, otra vez, rezaba una antología de textos del francés Alain Badiou. Cualquiera podría pensar que esas dos palabras encerradas por las comas apelaban a un agotamiento sintomático de una disciplina recluida entre las paredes de la Academia. Nada más lejos de la realidad, pues la Filosofía nunca ha dejado de auto-generar cuestiones abiertas que le permitiesen avanzar en sus búsquedas. Sí, puede que, según la afinidad intelectual (continental o analítica), nos veamos obligados a admitir que los dos últimos hitos de la filosofía contemporánea datan, respectivamente, de 1927 (año en que Heidegger publicó Ser y tiempo) y 1953 (cuando se publicó la primera edición de las Investigaciones filosóficas de Wittgenstein). Pero, más allá de esos logros, uno no puede dejar de reconocer la enorme contribución intelectual de la primera escuela de Frankfurt, la importancia de la obra de Michel Foucault en su afán por desenterrar una serie de regímenes que han modulado aquellas cuestiones modernas que se preguntase Kant, la aportación sustancial a la teoría de la justicia formulada por John Rawls o todo, absolutamente todo lo que dejaron escritos dos autores de peso como Bernard Williams o Richard Rorty. En fin, la lista sería interminable y solo haría que dar cuenta de una inquietud intelectual que, lejos de extinguirse, se renueva a cada rato.
Decía un amigo que la ventaja que concede la filosofía a quienes la estudiamos es que nos permite pensar más rápido (o, simplemente, pensar más). A esto último añadiría que nos ofrece la posibilidad de indagar en unas inquietudes que, por fortuna, saben cómo eludir un punto final. Porque lo más bonito que uno puede experimentar es cómo, aun siendo una búsqueda sin término, cada paso dado equivale a un jalón más en nuestra madurez intelectual. Por eso, esos pequeños platones que ahora edita Errata Naturae bien podrían ser pequeños Vernes, pequeños Stalhs (por Georg, padre de la teoría del flogisto en química) o pequeños Newtons. En otras palabras, pequeños, pero con la oportunidad de acceder a uno de los regalos más especiales que alguien podría hacernos en la vida: la curiosidad, la invención y el desarrollo de esas otras explicaciones que amplíen los límites de nuestro conocimiento.
Guardo una envidia sana a Jean-Luc Nancy por haber dado un primer paso en esa dirección y dedicarse a explicar una pequeña porción de su pensamiento a los más pequeños. ¿Os imagináis explicar a un niño qué es la identidad, qué hay entre él mismo y su alteridad? ¿O explicarle el delicado momento que, tras la Paz de Westfalia, exigió al pensamiento moderno construir una nueva narración para los hombres? Pues, a partir de unos ejemplos mucho mejor escogidos, los pequeños platones tratan de abarcar algunas de estas preocupaciones intelectuales, con la delicadeza de un cuento infantil y la firmeza de un argumento bien construido. Así cuesta no salivar, cual perro plavoviano, ante el horizonte de conocimientos que, con cariño e interés, el lector infantil-juvenil va a recibir entre sus manos. Un regalo al que últimamente no estamos acostumbrados.