Lobos frente al mar, de Carlo Mazza (Seronda) Traducción de Francisco Álvarez González | por Óscar Brox
Entre Bari y Palermo media una distancia de casi 700 kilómetros. Mientras la primera se mece sobre las aguas del Adriático, la segunda siente el impacto de la bota de Italia sobre esa extensión de tierra que abarca Sicilia. Una distancia, entre el este y el oeste, que podrían explicar dos temperamentos literarios como los de Leonardo Sciascia y Carlo Mazza; este último, autor de Lobos frente al mar, la novela que publica Seronda y con la que desembarca en el panorama editorial español. Una novela a medio camino entre la investigación policial y la reflexión política, que tiene en su hábil combinación de elementos y personajes uno de los atractivos a la hora de rescatar esa vieja idea que flota entre los desastres sembrados por la mafia: sea como sea, siempre hay que defender la verdad y sus formas, como una actitud, casi una exigencia, indestructible frente a los desmanes de unos y otros.
Resulta difícil no apelar al autor de Una historia sencilla cuando se habla del relato político y policial italiano. No en vano, la obra de Sciascia se entregó a la exploración de la verdad en un microcosmos de corrupción moral marcado por esa sociedad indestructible dirigida por la mafia y respaldada por los poderes fácticos. En este sentido, Lobos frente al mar traslada esas sensaciones a la capital de la región de Apulia, una ciudad repartida entre su aspecto exterior, trufado de la belleza y la sensualidad del mar, la gastronomía y las pequeñas costumbres que hunden sus raíces sobre el territorio, y sus entrañas, controladas por el clientelismo de unos pocos. El detonante de la acción consiste en una amenaza, la retirada de crédito por parte de una entidad bancaria al mayor conglomerado privado de sanidad de la región. El POSME, así se llama, reúne bajo un mismo techo los intereses de políticos, financieros y mafiosos, que se valen de su estructura caótica y corrompida para procurarse su alimento en forma de votos, dinero, favores y otras indecencias. Como sucedía con Sciascia, Mazza está más interesado en desmenuzar los tentáculos de esa operación a varias bandas en lugar de impulsar un genuino relato policíaco. A su manera, el autor nacido en Bari entiende que esa última opción es como la poda de un árbol; cortas una rama sabiendo que en breve volverá a crecer. De ahí que en su novela todo el peso de la acción se deposite sobre las conspiraciones de los criminales y sus mecanismos para proteger sus chanchullos. Porque cuando se ataca a la línea de flotación de la verdad, cuando se conspira para someterla al poder de unos pocos, el árbol del ejemplo anterior enferma y se queda sin ramas para la poda.
Mazza delega en varios personajes el desarrollo de la acción. A su protagonista, el Capitán de los carabineros Bosdaves, le concede la expresión en primera persona; en cambio, la cohorte de abogados, financieros, delincuentes y asesinos mantiene su papel en la trama bajo la voz del narrador. Hay en ese gesto una inequívoca toma de partido en la narración. A su autor le sucede como a Jean-Claude Izzo cuando escribe sobre Marsella; el amor por esa ciudad marítima y luminosa, carnal y viva, solo se puede explicar desde la propia experiencia, desde las palabras que Mazza presta a su héroe para expresar un sentimiento de arraigo y pertenencia que fluctúa entre la calidez y la melancolía. Así, el contraste entre los capítulos escritos por Bosdaves y aquellos otros en los que se detalla cada movimiento de los enemigos del pueblo saca a la luz el que será uno de los objetivos de la novela: desmontar esa afirmación, defendida por uno de los personajes secundarios de la historia, de que el mal se halla en la corteza, no en el núcleo.
En Lobos frente al mar, el mal no emana del peligroso delincuente que asoma la cabeza de tanto en tanto, Torruccio Serravalle, sino de los hombres grises que se afanan por conservar un poder literalmente desbordado, víctima de su chapucera gestión económica. Mazza parece decirnos que el peligro está en el mando intermedio, en los elementos que conectan una esfera con otra, al mafioso y al político, porque a diferencia de aquellos nunca tienen asegurado su exigente modo de vida; por tanto, son capaces de hacer cualquier cosa para defenderlo. Como le sucedía a Sciascia, la novela pone el acento en el inmovilismo con el que se despachan las pesquisas criminales, en la sensación de que la indolencia del Poder alimenta a sus futuros corruptores, como si cada error pudiese cubrirse con un nuevo error; cuando quieres descubrirlo, ya es demasiado tarde y ni siquiera puedes confiar en la celeridad de una acción legal atrofiada por sus propios mecanismos. Por eso, Mazza le dedica tiempo y páginas a describir cómo se monta una investigación, qué actores intervienen y cómo se desenvuelve el proceso inductivo/deductivo, la relación de causas. Porque sabe que, en esta historia, nos encontramos ante el eslabón más débil, ese que siempre está a punto de evaporarse ante la negligencia de sus presuntos defensores. Y hace falta tener buena mano para cultivar la verdad.
La distancia entre Sciascia y Mazza es, además de espacial, temporal. Aunque Italia permanece instalada en un clima político frágil, Mazza desarrolla una mirada más optimista sobre el ambiente que el autor de Todo Modo. Tal vez porque, como le sucede al relato, la fuerza de su novela radica también en el compromiso de su protagonista por recuperar una vida y una familia a la que no acaba de renunciar, que es lo mismo que decir un paisaje eterno al que nada puede opacar definitivamente. Sciascia, que en rara ocasión terminaba una novela sin apelar a la lógica del nunca se puede ganar, saludaría el gesto de su colega con el tipo de temperamento que sabe que es a partir de la propia actitud como se protege lo poco de valor que tenemos. Para él, como para Mazza, era la verdad que unos pocos se empeñaban en destruir a costa de promover su dominio sobre el territorio. Lobos frente al mar es un relato de esa misma estirpe, donde la sensualidad de sus pasajes no disfraza un objetivo común: criticar al poder para mantener con vida eso que anima al paisaje con el que nos despertamos cada mañana. La verdad.