Opera Omnia I. Relatos, de Bruno Schulz (Elvira, con la colaboración de Maldoror) Traducción de Jorge Segovia y Violetta Beck | por Juan Jiménez García
Tal vez hay otros mundos. Tal vez esos mundos están dentro de este. Tal vez no hay otros mundos, sino simplemente otras maneras de mirar. Y de ver. También de escribir. Bruno Schulz creyó entender eso y dedicó su breve vida a recorrer una realidad y un mundo, el suyo, iluminados por la luz del sueño. Del sueño, de la duermevela. Por la luz, por su oscuridad. Escritor muy presente de pensamiento, era más complicado encontrarlo de obra. La edición de sus libros formaba parte de un pasado demasiado lejano, y este Opera Omnia I. Relatos, editado por la editorial Elvira (más Maldoror), nos devuelve a un espectro hecho carne. Bruno Schulz, presente. Y vivo, tan vivo.
Hay que decir que las adaptaciones al cine de Bruno Schulz (El sanatorio de la clepsidra, de su compatriota Wojciech Has, o La calle de los cocodrilos, versión en animación de los hermanos Quay), nos han dejado una visión de él tan próxima al fantástico (y de lo incomprensible, de lo ajeno), que es complicado escapar a esa idea de su obra. Pero en Bruno Schulz el fantástico es otra cosa y desde luego ni es un género ni le interesa como tal: es una manera de ver. En realidad, sus dos obras más conocidas, Las tiendas de canela fina (título también traducido como Las tiendas de color canela) o El sanatorio de la clepsidra, son dos estados de un mismo movimiento, en el que el escritor simplemente evoluciona (como narrador, como protagonista de sus relatos, como mundo propio, como persona en definitiva).
Las tiendas de canela fina es el tiempo de la infancia, como El sanatorio de la clepsidra es el tiempo de la juventud o madurez. En el tiempo de la infancia todo es sorprendente. Cualquier gesto, cualquier acción, puede tener, para Bruno Schulz, algo extraño, tal vez sobrenatural. Los objetos adquieren una diferente densidad y las personas se convierten en seres que tienen algo de mítico. El padre, la madre, la criada, la tienda. Las calles, el barrio, la ciudad. La luz, la sombra. La noche. Ir al teatro, volver del teatro, atravesar las calles conocidas de día, pero perderse en esas mismas calles desconocidas de noche. Atravesar el colegio, conocido bajo la luz de las mañanas, pero lleno de misterio en la noche. El padre es una figura siempre presente, alrededor de la que gira todo lo demás. Al menos así es para Bruno niño. Todo lo demás, será el mundo. El mundo es cualquier cosa que está ahí, para ser descubierta. Cuando se desconoce todo, cualquier cosa es la belleza de las cosas. Y su misterio. Tan fascinantes pueden resultar los maniquíes como los seres vivos. Lugar lleno de flores raras, de extraños insectos que clavar, hay que clasificarlo todo. Cómo describir aquello de lo que nada se sabe. Lo fantástico es el estado natural de la infancia.
Tras el descubrimiento de las cosas, está el descubrimiento de las personas. También de la decepción y el fracaso. Será el tiempo del sanatorio, de la clepsidra, ese reloj de agua que nos quiere decir algo. Tiempo líquido, tiempo que se nos pega a la piel para deslizarse a través de ella. Como la humedad, como el calor húmedo. La existencia se enrarece, como todo lo que tocamos. El fantástico cotidiano se convierte en extrañeza. Lo propio en ajeno. Lo ajeno es una propiedad de las cosas. Alrededor del padre ya no gira el mundo o la vida. El padre gira sobre sí mismo, perdido, enfermo, muerto. Solo un recuerdo mantenido artificialmente, como mantenemos todos los recuerdos. Los grabados de Bruno Schulz, que también puntean esta edición, abundan en ese mundo deforme y deformado, como en un espejo. Los maniquís han triunfado. La materia se ha hace pasar por la carne, el sueño por la vida.
La obra de Bruno Schulz, lejos de ser inaccesible o críptica, es cristalina. La belleza de su narrativa, de sus imágenes, de ese mundo tan personal que construye, no pueden sernos ajena si entendemos esa sensibilidad para todo lo que nos rodea. Todo puede ser maravilloso o extraño porque todo es único. Nuestra manera de sentir, nuestra manera de ver, de percibir las cosas, hacer que estas no tengan igual. Abiertos a los desconocido, sorprendidos en cada momento por lo conocido, asistimos a esa vida de la que el escritor polaco supo sacar algo así como su esencia. El tiempo es agua, sí, los cocodrilos lo devorarán todo. Menos las palabras. Sus palabras.
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