Trumbo, de Bruce Cook (Navona) Traducción de José Luis Piquero | por Óscar Brox

Bruce Cook | Trumbo

En estos tiempos de falsa transparencia e hipocresía (política y financiera, pero también cultural), el fantasma de las listas negras y las persecuciones creativas parece un cuento demasiado viejo. El frentismo, los lobbies y la vanidad personal han sustituido a los tribunales inquisitoriales capaces de hundir la carrera de un artista en virtud de sus convicciones ideológicas. Basta, pues, con una buena dosis de experiencia en red y de tuiteo compulsivo para sacar al McCarthy que llevamos dentro. O, simplemente, para extender una cortina de humo que opaque la discrepancia, la diferencia o todo aquello que no sea una misma opinión. Es probable que una personalidad tan rotunda como la de Dalton Trumbo hubiese vivido otro intenso calvario artístico en esta época 2.0. No en vano, la biografía que escribió Bruce Cook describe su tenacidad, su perseverancia y sus ganas de tocar las narices como elementos distintivos de una personalidad volcánica. A veces, al borde de la erupción; siempre, con una réplica preparada, con las manos tecleando frenéticamente un nuevo guion en la máquina de escribir o con la mente puesta en la anhelada carrera hacia el reconocimiento artístico.

A lo largo de su vida, Trumbo pasó por diferentes situaciones, casi siempre extremas. Vivió una adolescencia surcada de carencias y su llegada a la primera madurez le obligó a asumir las riendas de una familia que había perdido a la figura del padre demasiado temprano. De campeón de la oratoria y la retórica, Trumbo encontró en la escritura no tanto una válvula de escape como ese vehículo en el que moldear su manera de entender el mundo. Y si bien esos años en los que trataba de capear las penurias económicas para asistir a la universidad desembocaron en un empleo odioso en una panadería de Los Angeles, el futuro guionista de Espartaco no cejó en su empeño con la escritura. Así hasta meter cabeza en la prensa escrita, probar con el relato corto y acumular pinceladas de lo que, posteriormente, sería su gran novela sobre Grand Junction, Colorado. Ese viejo hogar con el que, con el correr de los años, ajustó más de una cuenta.

Si algo destaca en las palabras de Cook es el carácter decidido de Trumbo. Su insistencia a la hora de colarse por el agujero más diminuto de la industria -en producciones B que le sirvieron como cantera para aprender el trabajo de guionista- o en el cortejo de la que sería su esposa. Trumbo se labró fama de escribir a destajo, dexedrina mediante, para así sacar la cara por aquella familia cercana que le necesitaba para capear el temporal. Y la cosa es que escribía tan condenadamente bien que su reputación fue a la alza, de la Warner a la Metro, hasta convertirse en uno de los profesionales con mayor caché de la industria. Visto así, el recorrido de Cook conjuga lo íntimo con lo público, los retratos que las hermanas de Trumbo hacen de aquellos primeros años y los recortes de época que dejan constancia de su ascenso. Éxito, fracaso, otro éxito… la rueda de Hollywood lo absorbe y respeta, por mucho que en el horizonte comienza a entreverse la presencia ominosa del mccarthysmo y su caza de brujas. Y Trumbo, en definitiva, será uno de los 10 de Hollywood que caerán triturados por una de las mayores infamias políticas de la historia americana.

Cook salta del cine a lo político, de lo escrito a lo vivido, de las colinas de Los Angeles a la prisión de Kentucky. De la gloria a, en fin, el ostracismo. Los años en los que el teléfono deja de sonar y las apelaciones para frenar esa locura no acaban de dar su resultado. Los años de escribir guiones cuyo crédito se perderá en el proceso de posproducción y los años de emigrar a México como un exiliado de la madre patria. Y siempre, siempre, sobresale el retrato del hombre duro y mercurial. Del guionista que se quemó las cejas por evitar para su familia el presente que vivió de niño, y que consiguió a medias su objetivo, habida cuenta del tortuoso regreso a Hollywood y el políticamente correcto encaje de manos con aquellos que no hicieron nada para salvarle el culo. Y, sin embargo, la sensación es que Trumbo siempre parece estar en otra parte; jugando un pulso con su propio talento, preocupado por abandonarlo a la fortuna del cine y de los cínicos resultados del comercio. Él, que tanto podría hacer si se dedicase exclusivamente a escribir. Y eso que, junto a Michael Wilson, estuvo envuelto en las producciones más importantes de aquella época. Que, tal vez, escribió los diálogos más hermosos, resolvió los argumentos menos trabajados, forjó una reputación con cineastas como Preminger, Schaffner o Kubrick, etc.

Trumbo es, como Arte Salvaje de Robert Polito, un repaso biográfico que se sumerge en la vida del artista, y también del ser humano, hasta sus últimas consecuencias. Así, aquí aparece reflejado el humanista capaz de parir Johnny cogió su fusil; el arisco arrogante que perderá un buen puñado de amistades; el padre que nunca dejó de preocuparse por la seguridad de su familia; y, en fin, el hombre de industria que sobrevivió al fulgor destructivo de Hollywood. Pese a su admiración, que nunca esconde en sus valoraciones, Cook repasa la vida de Trumbo sin dejar de lado nada; ningún detalle, ninguna voz. A menudo, algunas (las de Alvah Bessie o Albert Maltz) afean su comportamiento; otras, en cambio, lo ensalzan. Todas suman un ambicioso mosaico de la vida de un guionista que, a buen seguro, soñó con ser simplemente literato. Y si bien rodar Johnny… fue su último gran esfuerzo, consiguió (póstumamente) que su última novela viese la luz. Por eso, Trumbo tiene, como Celuloide de Ugo Pirro o Mi último suspiro de Buñuel, el aire de un libro de cine que, fundamentalmente, abarca toda la vida. Una vida complicada, inconformista, de carencias y lujos, surcada por la política y la escritura. Una vida que rompió la cadena de la lista negra y que, a grandes rasgos, resucitó en los créditos de aquellas películas guionizadas como, tal vez, el éxito más grande de todos los conseguidos.

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