New Order, Joy Division y yo, de Bernard Sumner (Sexto piso) Traducción de María Tabuyo y Agustín López Tobajas | por Óscar Brox
En apenas cuatro años de existencia, Joy Division proyectó un discurso musical consistente, hijo de ese Manchester hostil que juzgaba con resignación a una juventud sin futuro ni ambiciones. La voz de Ian Curtis, sus bailes febriles, la sensación de ira y decepción; eran tiempos para creer en el instinto primario del punk, para poner letra a la desolación y construir un lugar en el que vivir a cobijo de la realidad. Para canciones como Love Will Tear Us Apart o para discos como Unknown Pleasures. Según Bernard Sumner, de seguir vivo, es probable que Curtis hubiese abandonado la música y volcado toda su intensidad volcánica en la escritura. No en vano, si algo destacaba en las canciones de Joy Division era el poso bajo sus palabras, la carga emocional que electrificaba cada verso. New Order, Joy Division y yo es el retrato de aquella época de talentos efímeros y días grises y de la eclosión musical que tuvo lugar entre todo ese maremágnum de grupos, músicos, salas de conciertos y entusiasmo por lo nuevo. También un relato biográfico en el que Sumner hace memoria de los primeros (y duros) años de vida y del salto de larga distancia que su carrera musical le concedió a partir de la creación de New Order. Y, ya por último, es un informe de un fenómeno cultural que partió el espinazo de Gran Bretaña y, por extensión, del mundo. Los clubs, la cultura del dance, las drogas sintéticas y las noches sin fin.
La vida de Sumner comienza en Salford, decorado triste para un kitchen sink drama marcado por un padre al que no conocerá, una madre afectada por una discapacidad severa y un ambiente de carencias y tristeza que apenas fomentará el desarrollo personal. Manchester, en definitiva, no parecía interesada en cultivar el arte, de ahí que cada cual hubiese de buscarlo en otra parte. El bombardeo popular del punk fue, tal vez, uno de esos acicates para cambiar la mentalidad. También los Hendrix, Stones, y prácticamente todo músico capaz de hacer algo diferente con su instrumento, ya fuese en plan contestatario o por pura necesidad creativa. Y Sumner, junto a viejos y nuevos amigos (Peter Hook será una constante a lo largo de los capítulos), asumió que ellos también podían conseguirlo. El éxito de Joy Division se vio interrumpido por el suicidio de Curtis, que en un punto del libro será una figura omnipresente en la memoria de su autor. Y ese momento, marcado por un futuro viaje a Estados Unidos, un disco y una carrera que despegaba definitivamente, se interrumpió para dar a luz un proyecto. Una nueva banda surgida de las cenizas de Joy Division: New Order, esta vez, con Sumner como vocalista. Era 1980, la música electrónica iba cada vez a más y el mundo todavía estaba por conquistar.
En New Order, Joy Division y yo, Sumner recapitula lo vivido desde una óptica madura. El desfase de años de adicciones, la velocidad de unos sentimientos que no parecían conocer techo y, sobre todo, los rostros que le acompañaron durante el viaje. Y ahí figura gente decisiva para el panorama cultural británico como Tony Wilson (no olviden ver 24 Hour Party People, de Michael Winterbottom) o el manager de Joy Division y New Order, Rob, que fue amigo y hermano, pegamento y acelerador para un grupo en crecimiento meteórico. Sumner se deja llevar con cada tema sin escatimar en una prosa abundante. Así, habla de los múltiples problemas que tenían las grabaciones de sus discos por culpa de presupuestos demasiado raquíticos, mezclas totalmente equivocadas o errores de principiante; el resultado de todos ellos, por cierto, son ya rarezas discográficas de cotización especial. Otro tanto sucedía con las giras por pueblos y pubs, de promoción en promoción, para dar a conocer la música de Joy. Qué diferencia, señala Sumner, entre ese instante y aquel otro en el que se convirtieron en un grupo capaz de llenar estadios. Contraste a contraste, el autor reflexiona sobre la zona de confort alcanzada tras la convulsión de la juventud, la transición a otras inquietudes artísticas y, en especial, el hedonismo que marcó el itinerario vital durante casi una década. Y es que su libro es también un réquiem por lugares como The Haçienda, foco musical ineludible en Inglaterra. Por ese tiempo que tan bien explican discos como Screamadelica o productores como Andrew Weatherhall.
Tal vez, Sumner necesitaba quitarse algún peso de encima, si bien el libro culmina con la ruptura con Peter Hook (que no quedó demasiado satisfecho con el resumen de aquel tiempo). Hacer limpieza, propósito de madurez ante los años salvajes. Sin embargo, la suya es la crónica de un puñado de desarraigados que dieron sus primeros pasos a la misma velocidad con la que la música cambiaba de estilo; se refundaba y se transforma a golpe de secuenciadores, cajas de ritmos, samplers y programación. Pasaba del lamento de Ian Curtis a esa gozosa celebración de temas como Bizarre Love Triangle. Y así un año dejaba su lugar al siguiente, la música se consolidaba y New Order no solo asaltaba el Top of the Pops, sino que conquistaba América con sus sonidos. Por eso, su remembranza de aquel tiempo tiene un poco de todo: de la tristeza de una infancia herida, el furor creativo de una juventud sin futuro y la borrachera hedonista del éxito. En un libro en el que el fantasma de Ian Curtis planea, incluso, en una sesión de hipnosis, los días azules de Bernard Sumner no pueden dejar de rendir honores al que fue el primer motor musical del grupo. Ídolo caído, muchacho creativo, tierno complejo que se quedó en el camino.
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