El intruso, de Bastien Contraire (Libros del zorro rojo) | por Óscar Brox
En cierto modo, los libros infantiles nos invitan a llevar a cabo un ejercicio de mirada retrospectiva. Volver a un tiempo en el que se apuntaba con el dedo para indicar qué era cada cosa; se recorría, a ratos febrilmente, cada viñeta con la vista puesta en los trazos grandes y los detalles pequeños; y sobre todo se eludían muchos de los peajes que impone el sentido común adulto a la hora de disfrutar de la lectura. O de una lectura que, en este caso, era más bien activa. Apasionada. Entregada a descifrar el qué y el cómo tras los colores, las formas, los tamaños y las representaciones. Un libro tan sencillo como El intruso, que presenta al público español el trabajo ilustrador de Bastien Contraire, es en su simplicidad un tratado para entender los secretos de esa mirada infantil. La atención, la clasificación y la identificación; el aprendizaje asumido como juego. Pintar, trazar y recortar a partir de un molde las series de figuras, animales, insectos y cosas que se suceden hoja tras hoja.
Abrir cualquier página de El intruso supone retroceder a una época en la que el conocimiento se procesaba en forma de pequeñas listas, de mínimas taxonomías con las que distinguir a una mariposa de un elefante, a un mamífero de un insecto. Cuando, a falta de tantas grandes explicaciones, comenzábamos a poner nombre a las cosas con un simple gesto. Con simples analogías, a partir de la más evidente diferencia. Bastaba, pues, recorrer las formas ovaladas del dibujo con la punta del dedo, olisquear el papel para capturar el aroma inconfundible de imprenta y disparar la imaginación con aquellas criaturas que, a falta de una visión más amplia, empezábamos a conocer por escrito.
Todo lo que tiene El intruso de divertimento, lo tiene también de breve enciclopedia del saber infantil. Y es que sus páginas incitan a procesar la información, a agudizar la memoria y despertar el gusto por la clasificación, abriendo así nuestro conocimiento a un horizonte cada vez más amplio. A nuevos nombres, objetos no identificados, que se agolpan en las grandes páginas del libro en sencillas series de figuras de varios colores. Cómo se empiezan a percibir las formas más simples hasta revelar, tras sus manchas de color y los rasgos temblorosamente infantiles, una serie de figuras que pasarán a ser cada vez más familiares. De otro mundo al nuestro. Como cuando, durante la infancia, coloreábamos los dibujos de animales otorgándole a un león una melena verde y a una cebra las rayas de rojo intenso. Sin tener que fijarnos en su aspecto, cediendo esa tarea a la imaginación, a la improvisación y, en definitiva, al potencial creativo.
La edición de Libros del zorro rojo incluye unas plantillas para dibujar los motivos y formas que Contraire acumula en sus páginas, quién sabe si en un intento por lograr que despunte ese primer interés pedagógico en las cosas. En los animales, los objetos; en lo que nos rodea. Porque El intruso, en su hábil juego de identificar el error a partir de la serie, es también un precioso homenaje a los resortes del aprendizaje natural e intuitivo. A esa primera etapa educativa en la que recibíamos casi toda la información sin apenas filtros. Antes de que la melena dorada del león o las rayas negra de la cebra encauzasen los pasos de nuestra imaginación infantil. Y ese es, pues, el objetivo de la obra de Contraire: fomentar la imaginación, instigar el aprendizaje, evocar, como aquellos que palpaban secretamente la anatomía del elefante, las formas de ese mundo al que pertenecemos. Tan vasto que basta para la infancia con empezar a apuntarlo, a dibujarlo con la mano temblorosa y las ceras de colores. A, en fin, divertirse imaginándolo en sus pequeñas clasificaciones. Esas en las que siempre hay un intruso al que desenmascarar.
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