Nos hemos acostumbrado a entender el mundo solo desde nuestra posición privilegiada en la que casi nunca ocurre nada y solo, de cuando en cuando, nos llegan las amenazas de los otros. Corea del Norte es un peligro desde el momento que sea capaz de lanzar un bomba nuclear sobre los demás, pero poco nos interesa saber qué ocurre allá dentro, en ese lugar cerrado y olvidado, otro paraíso artificial más, lleno de objetos sin vida. No nos faltan testimonios, pero nos sobra la voluntad de mirar para otro lado. Guy Delisle ya se había acercado en su revelador Pyongyang a la vida cotidiana, al absurdo de cada día, de este país, poco más que el escenario de una película del oeste, en el que tras las fachadas de cartón piedra no hay nada. O peor, vidas humanas. Ahora Astiberri, precisamente, nos acerca de nuevo a través del cómic esa Corea del Norte poblada de fantasmas. Y lo hace a través de la única mirada que se presume inocente: la de un niño.
El cumpleaños de Kim Jong-il es el relato de Jun Sang, de ocho años. Desde la devoción inevitable hasta la decepción, igual de inevitable. No se trata de una cuestión ideológica. Jefe de las juventudes patrióticas de su barrio, su historia podría ser igual a la de cualquier niño en un régimen dictatorial, todos amantes de los estandartes, los retratos, las fronteras (con sus monstruos exteriores), el pensamiento único, las frases hechas de verdades pronunciadas a gritos que no esconden más que calladas mentiras. Todos han tenido su formación específica para niños, para destrozarles la infancia y dejarles sin ninguna vida de escape, cuando llegue la edad adulta. Jun Song solo conoce una realidad incuestionable y está dispuesto a imponérsela a los demás, como los demás se la han impuesto a él. No hay ninguna contradicción desde el momento que no conoce otras alternativas.
Sí, hay sombras en su presente. Unos abuelos de los que no puede ni decir el nombre y debe dar por muertos y el descubrimiento, un día, de una terrible verdad. Además, sobre Corea del Norte y siempre por culpa de los demás, ya sean demonios, fantasmas o muertos vivientes, se abate un terrible hambruna. Y ya sabemos que el hambre tiene muy mal reparo si solo se cuenta con la publicidad y con decir lo sano que es comer dos veces en vez de tres cuando no puedes comer ni una. El mundo de Jun Sang se vendrá abajo y con él su infancia.
Inspirado en testimonios reales, Aurélien Ducoudray escribe el guión de una obra que juega entre el testimonio documental y un retrato de niños que juegan, demasiado pronto, a ser como sus mayores (hombres grises eternamente asustados y paranoícos). Una vida bajo el culto a la personalidad y el aniquilamiento de la propia. Lo primero es factible para un crío, tan necesitado de superhéroes, pero lo segundo se convierte en algo imposible, solo al alcance de una edad adulta tan dispuesta a la renuncia, siempre y en cualquier lugar del mundo. Primer álbum de la dibujante Mélanie Allag, sus imágenes se pasean entre el culto a un mundo que no existe, la realidad que está por todas partes, mal escondida bajo alfombras inexistentes, y la ausencia de color de la destrucción del hombre y su muerte. El conjunto es una obra terrible (porque terrible es vivir en un mundo así), de niño que desnuda una vez más a todos esos emperadores que no rodean. Y a uno le gustaría creer que es a través de estas obras y no de portaaviones y submarinos nucleares, que todo podría ser diferente, que todas las pesadillas podrían acabar. Pero no. Siguen las mismas palabras, las mismas amenazas, y la muerte por todos lados.
[…]
Si no quieres perderte nada, puedes suscribirte a nuestra lista de correo. Es semanal y en ella recordaremos todo lo publicado durante los últimos días.