Artaud, cruz entre dos rostros, de Arnau Pons (H&O) | por Juan Jiménez García
En su presentación de los dos textos breves que conforman Artaud, cruz entre dos rostros, Arnau Pons escribe sobre su intención de rescatar al escritor francés de sus lectores o incluso estudiosos, que se quedaron allá, en su locura o en un caos conformado. Frente a esto, él intenta formar una visión política del poeta que fue. No es poco, dado que esas dos columnas a las que está encadenado Artaud son poderosas, y se acompañan de toda una suerte de imaginario para sustentarlas. Por mi parte me pregunto si no habría que rescatar al propio Artaud, cuyo teatro de la crueldad es ahora como un eco lejano, como si se hubiera adelantado a un tiempo teórico porque él seguía en el tiempo de la poesía. Y el tiempo de la poesía, es una pura abstracción. En el primer texto, Arnau Pons se marca dos extremos, dos imágenes, dos rostros. Un comienzo, un joven; un final, un viejo. Hay una expresión maravillosa para este último: mira para los adentros, quizás una lejanía interior sin contornos. No solo estar lejos del mundo que nos rodea, sino estar lejos de nosotros mismos. Estar lejos, entonces, como una manera de no estar, de no formar parte, de ser en ese no ser. Ser un iluminado de lo atroz. Pero, ¿dónde se encuentra esa atrocidad? El ensayista y traductor dice que el texto es insuficiente, de ahí la necesidad de unas imágenes y de las fechas de esas imágenes, como algo que encierra ese cambio. Un cambio que no atribuye a la locura, sino a la responsabilidad de la poesía. No es la locura aquello que le lleva a la persecución y encierro, sino sus palabras. La rabia de Artaud contra todo lo que podía anular las reivindicaciones revolucionarias del cuerpo o negar la libertad emancipadora del arte. Ser artista, entonces, es ponerse en riesgo.
Desde siempre había buscado una lengua adecuada al ámbito del dolor y la sombra. Esa búsqueda del lenguaje que debería estar, después de todo, en cualquier escritura que pretenda conformarse como tal, que pretenda llegar a algún lugar de ese otro, informe, inmaterial. Él encuentra ese lenguaje en la crueldad. Hemos condicionado toda su obra a la locura, pero como indica Pons, Artaud luchó contra el horror que le rodeaba, que lo atravesaba, conservando su propia esencialidad y el derecho a decir. Porque en esa categorización que sufrió, todo lo demás se muestra con subsecuente. Se trata de rescatar a Antonin Artaud de Artaud. Para Arnau Pons, su curación poco antes de su muerte no fue física o mental. Fue una curación de su propia escritura. Una escritura llena de rabia hacia lo anterior, hacia todas las formas de violencia sufridas.
El segundo texto es sobre Heliogábalo o el anarquista coronado. Génesis, trasfondo y entrecruzamiento con la propia vida y pensamiento de Artaud. Surgen algunas heridas abiertas (como el gusto del escritor por Hitler, a quien consideraba un aliado). El terreno, como el de la locura, es resbaladizo y Arnau Pons lo matiza o lo extrae de las simplificaciones. Hay una idea que subyace en el texto que me parece fascinante: el ocaso, el fracaso de la poesía como preludio del fracaso actual de la política. Artaud, cruz entre dos rostros es revelador sin pretender serlo. Iluminador sin creer en iluminaciones. Un otro Artaud que ahora se nos antoja como el único posible.