Los armarios vacíos, de Annie Ernaux (Cabaret Voltaire) Traducción de Lydia Vázquez Jiménez | por Gema Monlleó

Annie Ernaux | Los armarios vacíos

Admiro mucho a Annie Ernaux. Vaya esto por delante de todo lo que escribiré, porque escribo desde ese lugar. Y porque la leo desde ese lugar.

Admiro mucho a Annie Ernaux por su don literario, por su capacidad intelectual, por su escritura, en ocasiones de apariencia sencilla, pero siempre de calado profundo. Y la admiro, sobre todo, por su capacidad para exponerse, por su impudicia, por ser capaz de recordar eliminando todo sentimentalismo del ayer y por no presentarse jamás como víctima de las situaciones. Ernaux es Ernaux. Ernaux toma decisiones. Ernaux se equivoca. Ernaux juzga sin piedad (a los demás y especialmente a ella misma). Ernaux vuelve atrás. Ernaux toma impulso y salta de nuevo. Ernaux se contradice y en esas contradicciones construye sus cimientos y se sostiene. Ernaux no se muestra nunca como la escritora que describe a la persona perfecta, más bien al contrario: Ernaux es especialista en mostrarnos su cara más fea. Por eso, y por como lo cuenta, la admiro tanto.

Los armarios vacíos (Cabaret Voltaire, 2002) es su primera novela, escrita en 1974. Aquí Ernaux todavía no es ella con su nombre, aunque sea ella con casi todas las vivencias descritas; aquí no se plantea el debate entre autoficción y autobiografía, aunque escribe (y escribirá) desde esa intersección. Aquí Ernaux es Denise Lesur, la hija de los dueños de una tienda de comestibles-bar en la Rue Clopart de Yvetot, Normandía. Leída desde el hoy, y habiendo leído la mayor parte de su obra, regresar a esta primera novela es encontrar a una Ernaux en la que los que serán sus sus temas recurrentes (el lugar de la mujer en la sociedad, la violencia, el sexo, la culpa, el dolor, la vergüenza) ya están presentes, en la que la reconocemos, aunque ella (Denise) no se llame como ella.

Denise/Ernaux es una niña que crece feliz admirando a sus padres hasta que estos deciden llevarla a la escuela privada para que sea “más que ellos”. Allí se encuentra perdida, en un lugar en el que no encaja (“nadie en el bar-tienda, tampoco mis padres, se parecían a las niñas del patio de recreo”). Junto a las niñas burguesas de padres burgueses y familias burguesas, descubrirá que hay otro(s) mundo(s) y que su clase social va a quedarse pequeña y estrecha para unas aspiraciones que todavía no sabe exactamente cuáles son pero que seguro no serán quedarse en la tienda-bar, atender a las señoras que cuchichean junto a su madre y a las que escucha agazapada bajo el mostrador (“al final sueltan la palabra clave: viciosa”) o ver como su padre echa a los borrachuzos del bar por la noche (“sus desgracias están ahí en la mesa, en su copa, se quedan meneando la cabeza, soltando expresiones extraordinarias, que le den por el culo, me cago en sus muertos”). Esta fractura, esta no-pertenencia social será la que la empujará (desde la culpa, desde la ira, desde lo inevitable) al menosprecio por sus padres y, en momentos, a la lástima: “En qué momento, qué día la pintura de las paredes se vuelve horrenda, el orinal empieza a apestar, los tipos del bar se convierten en borrachines, en despojos… Cuándo comencé a sentir pánico a parecerme a mis padres… No fue un día concreto, no hubo ningún desgarro… Los ojos que se abren… por tonterías. Aquel mundo no dejó de pertenecerme en un día. Hicieron falta años para ponerme a gritar frente al espejo que no puedo aguantarlos…”. Después, el abismo entre un mundo y otro se ensanchará a través de la cultura, el aprendizaje, los libros. Al estudiar sentirá que se salva del “gueto”: “Y así descubro algo más, a mí, a la hija de los Lesur, patosa, zopenca, se me dan de maravilla todos los juegos escolares, la lectura, los problemas, la historia, no me cuesta ningún esfuerzo”.

Denise/Ernaux cambia su estatus en el colegio y en casa “mi madre estaba pletórica, contaba en la tienda que yo era un hacha, que lo aprendía todo…” y afianza tanto el odio a su entorno como el deseo irreductible por aprender y demostrar a las niñas de clase superior (y a las maestras) que es mejor que ellas “me gustaría que fuera ya mañana, levantarme y contestar bien a las preguntas de la señorita. Así fue como empecé a querer triunfar, contra las chicas, contra todas las otras, las remilgadas, las pijas… Mi revancha estaba ahí, en los ejercicios de gramática…”.

Novela circular de largo monólogo interior, Denise/Ernaux mira hacia su pasado infantil desde un momento-visagra que puede hacer que su progresión académica (y por ende social) se venga abajo. Ya es universitaria, está embarazada y le acaban de practicar un aborto (tema que trata en toda su complejidad en El acontecimiento, Tusquets 2001). Denise/Ernaux narra su historia en el interín entre el aborto y la expulsión del feto, en la frontera que dirimirá su futuro: “Quién soy yo. Antes que nada la hija del tendero Lesur, luego la primera de la clase, siempre. Y la tonta del domingo con sus calcetincitos, la universitaria becaria. Y luego quizás nada más, penetrada por la abortera”.

El escribir furioso de Ernaux que ya hemos leído en otras novelas (en Perderse -Cabaret Voltaire, 2021- la furia se salía de las páginas) ya está en Los armarios vacíos; también la crudeza, la falta de efectismos y de páginas de transición para que el lector respire: Ernaux no pretende ser amable: “He matado al padre y a la madre en secreto (…) Los odio más que nunca. No saben de nada, mis padres, son unos ignorantes, unos paletos, ni la música, ni la pintura, no les interesa nada salvo vender litros de tintorro y comer pollo sin hablar los domingos. En ese mundo moderno, evolucionado al que aspiro, tienen aún menos cabida”. Ernaux pretende ser, es, honesta con su pasado y con sus sentimientos de entonces.

La literatura como ejercicio de autorreflexión que la sitúa en el mundo (su mundo pasado y su mundo actual), la literatura como cartografía, la literatura como puzzle-autorretrato de piezas sueltas, la literatura como rompecabezas que se completa un poco más en cada libro. Y siempre, y aquí en Los armarios vacíos también: la literatura, para Ernaux, como un salto sin red.


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