Memoria de chica, de Annie Ernaux (Cabaret Voltaire) Traducción de Lydia Vázquez Jiménez | por Dara Scully

Annie Ernaux | Memoria de chica

Ahí está: la chica del 58. La vemos con la mirada limpia de quien observa a un desconocido. No sabemos todavía qué la habita, qué le espera allá donde se dirige. La colonia. H. El hombre y el deseo. Tampoco Ernaux lo sabe, que la mira con la distancia de los años. Cincuenta años, tal vez más, la separan de esa otra Annie de quien ha heredado únicamente la memoria. Esa desconocida, recién salida de las faldas de la madre, una alumna brillante, una pequeña campesina que se lanza en busca de los otros. De los iguales, a los que creerá encontrar en la colonia: jóvenes alegres, vivaces, venidos de un mundo que le es ajeno pero que anhela poseer con ambas manos.

Annie Ernaux es Annie Duchesne. La escritora, en su vejez, aborda a la que fue a los dieciocho años. El suceso, aún claro e indeleble, que, sin imaginarlo siquiera entonces, la llevaría a escribir. Porque Memoria de chica habla de la escritura. De regresar a la memoria intacta de aquel entonces, a la emoción de la Annie joven que amaría a un hombre imaginario hasta la destrucción. ¿Quién era aquella chica? ¿Qué anidaba en el fondo de sus ojos, de su cuerpo preñado de deseo? ¿Es posible reconocerla en la mujer que es ahora?

Ernaux nos tiende la mano y nosotros dejamos que nos hable. La chica del 58 en la colonia infantil: allí descubre el cuerpo del hombre, el sexo del hombre, a H. Allí se aprovechan de su carne sin que ella lo sepa. La noche con H marcará su voz, sus gestos. Cambiará la mirada de los otros, si es que alguna vez llegaron a verla. Hay una burla que la sobrevuela, pero la Annie joven desconoce la vergüenza. En su ignorancia –de la vida, de ese mundo nuevo al que se asoma: el de los adultos–, cree estar saboreando la libertad. Y los pequeños juegos, los bailes, los labios sobre el pecho, son como hermosas perlas relucientes. Las tiene en la mano, Annie D., la chica del 58, y no imagina –o tal vez no quiere saberlo–, que se pudrirán antes de llegue a ponérselas.

H. es una sombra que la oprime. La ha querido una sola noche y ahora la desdeña. Annie, en su desesperación, en su ceguera, dirigirá sus pasos hacia la conquista. Deja atrás el verano, la colonia, y la muchacha brillante, ahora empequeñecida, continúa sus estudios lejos de la mirada materna. Allí, en la misma ciudad donde él trabaja, perderá la sangre. Perderá, también, un deseo de crecer alimentado desde niña. No sabe lo que quiere. Esta Annie a la que también nosotros miramos desde la vejez sólo piensa en H, en encontrarlo el verano próximo, en que la quiera. Ha reducido todas sus posibilidades a una sola.

Memoria de chica es a la vez un diario de escritura y una vista atrás. Nos seduce la Annie joven, pero también la mujer madura que busca el rastro de su juventud en las cartas, en los retratos que conserva de sí misma. A menudo no se reconoce, a menudo se sorprende preguntándose qué pensarían de ella los otros, qué pensaron entonces, de esa Annie provinciana recién llegada a la colonia, o después en la ciudad, o allá en Londres, lugar al que escapó para volver a la vida. Indaga en un pasado escurridizo, y mientras va dando forma a la memoria, llega a ese banco donde brotaron las primeras palabras. Un lugar al que, sin H., sin su deseo enfermo, sin esa pérdida de sí misma que sufrió durante dos años, tal vez no hubiera alcanzado. ¿Por qué escribe Ernaux? Nos preguntamos. ¿Cuánto hay en nosotros de aquellos que fuimos? ¿Tendremos también, enterrada en la memoria, una chica del 58?

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