Manual para destinos defraudados, de Anne Boyer (Kriller71) Traducción de Adalber Salas | por Óscar Brox

Anne Boyer | Manual para destinos defraudados

Fraguar la furia. Esa podría ser una primera manera de retratar la colección de ensayos de Anne Boyer. “Las palabras son útiles para trastocar el mundo en la medida en que son baratas, comunes, portátiles y generosas, y no hacen un desastre si las usamos mal”. ¿Quiere decir eso que Boyer escribe a la contra? Diría, como señala Adalber Salas en su presentación, que más bien lo que hace es corroer nuestras certidumbres. Plantar, frente a nuestros morros, las contradicciones. Bramar. Jugar, también, con las palabras. Jugar con el No como si se tratase de un caballo de Troya; un vehículo para entrar a saco en nuestra zona de confort y asaltar todo aquello que las sociedades del capitalismo tardío han organizado a nuestro alrededor. Ese blando conformismo; esa falta de rabia, de acritud, que se transforma en un exceso de positividad. En demasiadas afirmaciones que caen en saco roto. En definitiva, en una lógica estúpida.

Boyer propone índices y plantea diferencias, lanza preguntas al aire y se recrea en las dificultades (las de escribir, pero también las de vivir). A veces parece rozar la parodia, jugando con imágenes entre grotescas y absurdas; y otras veces sorprende por lo directa y apabullante que resulta su escritura. Ahí estaría, por ejemplo, la diferencia entre dos textos como Maneras difíciles de publicar poesía y Preguntas para los poetas. Textos que provocan, que prácticamente arden, entre la carcajada y el furor, porque buscan contestar no tanto que puede dar de sí la poesía hoy (y quien dice poesía, dice escritura), sino más bien qué puede hacer para resultar significativa. Cómo se recupera el filo, el colmillo, para que las palabras corten, muerdan; para que los textos agiten o, simplemente, para que la realidad no resulte tan mediocre (y quien dice la realidad, dice la belleza, las ideas, el deseo y tantas otras cosas).

¿Se puede hablar de vanguardia? Más bien, ¿se puede plantear una nueva vanguardia? No sé hasta qué punto Boyer ironiza al respecto o, en verdad, desacredita la poca entidad de lo que hemos convenido en llamar vanguardia. Sin embargo, como si se tratase de una pregunta lanzada al aire, me gusta mucho lo que responde en otro de sus textos, Tómalo y léelo, cuando dice que una persona debe leer siempre en este mundo y buscando otro. Me gusta que, en vez de escribir, o crear, concentre la parte de importancia en la lectura. Que recuerde el doble filo, incluso el peligro, de leer, que es quizá una actividad más transformadora que escribir, porque ofrece otras visiones del mundo. Pone frente a frente las dobleces, los matices. Enseña y, hasta cierto punto, muestra.

Boyer salta entre muchos temas. Habla de escritura, poesía, deseo, capitalismo, identidad y enfermedad. Tiene un texto bellísimo sobre las lágrimas en el que, a su manera, enrevesada, explica cómo el tratamiento contra el cáncer altera el cuerpo de modo que se apropia de determinadas funciones corporales, como la secreción de lágrimas. No es la tristeza, son los fármacos. O, mejor dicho, es el fármaco (y no tú, tu cuerpo o tu derecho a la existencia emocional) quien controla el llanto. Y también varios textos alrededor de la enfermedad en los que discute conceptos tan precarios como el trabajo y el tiempo. Y lo vulnerables que resultan expuestos ante el cáncer (o como dice Boyer, ante personajes que no pueden sentir el lujo y la comodidad que Mann reflejaba en La montaña mágica).

De Colette a Ingeborg Bachmann y Nietzsche, de Kansas City al rostro del deseo. En Manual para destinos defraudados caben muchas cosas, muchas ideas; muchos gestos, a menudo políticos, con los que Boyer golpea nuestra zona de confort lector. Esa forma, una manera de bailar con lo grotesco y de reírse con lo sensiblero, tiene tantos matices y resulta tan rica que obliga a leer varias veces los textos para no perder comba con la perspicacia y el ingenio de su autora. También, por qué no decirlo, con la necesidad de perderle el respeto a los asuntos graves de la cultura y hacer la guerra armada con las cosas más insignificantes, que casi siempre terminan siendo las más importantes.

Una de las imágenes más hermosas de esta colección de ensayos se encuentra, precisamente, en el que da título al libro: ese manual de destinos defraudados que se descompone, se disuelve, a poco que uno lo toque o que se escape apenas una lágrima. Adiós tinta, palabras, páginas… Más allá de la pequeña ironía de Boyer, pocas veces una provocación lectora ha resultado más eficaz, pues lejos de disolverse sus ensayos conservan la gracia y la furia con el que, más allá de las condiciones en que fueron escritos, necesitan ser leídos.


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