Milkman, de Anna Burns (AdN) Traducción de Maia Figueroa Evans | por Almudena Muñoz
Se inclinaba a pensar Italo Calvino que existe una relación de proporción inversa entre el barroquismo del lenguaje y la fantasía de la fabulación. A mayor enredo gramatical, menos ideas sustanciosas; a más situaciones inspiradoras, menor necesidad de adornarlas con guirnaldas de adjetivos.
Pero existen territorios del mundo acostumbrados a vivir sin una cosa ni la otra, y en Milkman reina a su manera el minimalismo del lenguaje y la escena. Tras recibir el reconocimiento del premio Man Booker en 2018, Anna Burns dio la campanada por no contarse entre los escritores más famosos y mimados por crítica y público, pero, sobre todo, porque su novela ya se había granjeado antipatías: demasiado reiterativa, demasiado plúmbea, demasiado monólogo interno, demasiado barroquismo y fabulación, o la ausencia total de ambas cosas.
¿Qué es entonces Milkman realmente? Como el fundamento de su construcción narrativa, lo genial de la novela es que reconoce no poder ser lo que autora ni lector deseen, así como la protagonista anónima no es capaz de vencer a los prejuicios y los rumores que se forman sobre ella entre la comunidad. ¿Qué sentido tiene intentar luchar contra la cerrazón de los demás? La alternativa más juiciosa es hacer lo que a uno le parezca, ya sea caminar por una carretera de segregación a la vez que lees novelas del siglo XVIII o XIX, o escribir en un monólogo interno editado, mucho más lógico, puntuado y cargado de trama que los ejercicios modernistas.
Desde el principio, la novela se deja arrastrar por sus propias reglas contradictorias. Personajes sin nombre (desde el lechero del título hasta las madres, los cuñados, los medio novios), bien definidos por sus acciones, tics y coletillas. Una estructura de apariencia difícil, con larguísimas páginas de discurso continuo, pero de lenguaje sencillo, con crujidos de slang y expresiones cultas (las ingeniosas hermanas pequeñas de la protagonista, que muestran otra contradicción sobre las generaciones futuras: expectativas irreales o esperanzas prometedoras). La complejidad del conflicto irlandés en la década de 1970 reducida a ‘los de esta orilla’ y ‘los de la otra orilla’. El acoso sexual como una bomba programada para no estallar nunca. El silencio y el anonimato como vías de condena rotunda.
La voz triunfa sobre las ideas, y Anna Burns consigue que sea divertido y absorbente seguir el hilo de esta hermana mediana sin nombre, acosada por un falso lechero y ninguneada por familiares y vecinos. ¿A quién creemos, a la narradora que a veces parece ofuscada por su ingenuidad y su inacción ante pequeñas y grandes violencias cotidianas? ¿A la comunidad amante de los bulos y el cotilleo? ¿A los de esta orilla o a los de Enfrente?
Tal vez, como contraponía Italo Calvino, todos los libros son una lucha de poder; entre el lenguaje y las ideas, la autora y el lector, el premio y el prestigio, la trama y el instante, la vuelta de tuerca y la reflexión. Pero la literatura no debería ser un servicio de reparto a domicilio, y qué podemos esperar de un falso lechero si no botellas rotas y vacías.