Prosa, de Anna Ajmátova (Nevsky) | por Juan Jiménez García
Anna Ajmátova sobrevivió a su tiempo. Cuando ya no quedaba nadie de aquellos que la acompañaron, estaba ella, persistente. También molesta, incómoda. Su Poema sin héroe, críptico de tantas reescrituras durante más de veinte años y tres ciudades, se convirtió en su vida: era necesario recordar, para no olvidar. También era “avanzar en una noche que no sabe de amaneceres”. Vivir, después de todo. Para aquella que solo escribía versos que “suenan a verdad” o que pensaba que un poeta tiene una “relación secreta con todo lo que ha escrito” (luego es imposible llegar a su completo significado), escribir en prosa no dejó de ser también una búsqueda de la verdad y el secreto.
La prosa de Anna Ajmátova, reunida por Nevsky, atraviesa precisamente su tiempo (el de ella). Es curioso verla dar vueltas sobre lo mismo, volver sobre algunos puntos, que quizás nos ayuden a entenderla (quizás). Sus comienzos en la poesía, los simbolistas rusos, Nikolái Stepánovich Gumiliov, su marido, con el que, escindidos de aquellos (y enfrentados) formó el grupo acmeista (que propugnaba una poesía clara y concisa, y del que traza una historia), las relaciones entre todos ellos, y la reivindicación (insistente) de sus comienzos como poeta, más allá de él (defendiéndose, buscando su lugar). También escribe sobre aquellos que ejercieron un papel fundamental en su vida, como Ósip Mandelshtam (con el que mantuvo una larguísima relación de amistad y al que le dedica alguna de sus mejores páginas) o Aleksandr Blok, además de acercarse a jóvenes promesas, como Arseni Tarkovski. Y no solo poetas. También está Modigliani, al que conoció cuando no era nadie, o tan solo un pintor en busca de un pintor, y la retrató, aunque todos aquellos retratos menos uno se hayan perdido. En las páginas dedicadas a ellos, está la necesidad de fijar su época, la búsqueda de la verdad, de la precisión, la negación de las habladurías, la reivindicación de aquellos que compartieron su vida. Y dice: «Ahora que todo queda en el pasado –incluso la vejez- y todo lo que queda es decrepitud y muerte, parece que todo se vuelve dolorosamente claro (como en los primeros días del otoño): la gente, los sucesos, tus propios logros, periodos enteros de tu vida. ¡Y cuántos amargos y terribles sentimientos!»
Tras su tiempo, su vida. Ella misma. Seguramente es en estas páginas de su prosa, donde más nítidamente encontramos a la poeta. Su escritura, liberada del peso de las personas, vuelta a la intimidad de su escritura, atravesando sus circunstancias, sus lugares, sus pensamientos, se eleva, coge vuelo, se vuelve luminosa. Se interroga sobre su poesía, intenta escribir su biografía (también una falsa), se pregunta qué son para ella los sitios que habitó o habla de aquel libro que nunca escribirá.
Y tras su vida, su obra. La importancia de Pushkin en la literatura rusa es algo que no se nos puede escapar a poco que nos acerquemos a sus autores. Ya no por su influencia (inabarcable), sino incluso por la producción literaria a partir de su vida. Marina Tsviétaieva (la otra gran poeta rusa, contemporánea de Ajmátova… hasta su suicidio), le dedicará un libro, Mi Pushkin, y ella, con la prohibición no expresa de publicar poesía, que la condenaba al ostracismo, se dedicará a escribir una serie de ensayos sobre su obra, que ocuparán sus años, no pocos. De nuevo, la búsqueda de la verdad, esa obsesión por fijarla, por limpiar las fuentes originales del ruido (o simplemente, del chismorreo). Así, escribirá sobre su muerte (y las intrigas la rodearon y que acabaron con un duelo… y él mismo), sobre sus relaciones amorosas, sobre la génesis de alguna de sus obras. El siglo, aquel siglo, se va dibujando (con dificultad para nosotros, debido a que Ajmátova escribía para aquellos que conocían bien la obra y vida del escritor), y no dejan de surgir aquí y allá la admiración, la devoción absoluta que ella sentía por él, como origen del siglo XX, desde el XIX. Pushkin dejará lugar a algún otro escritor ruso (como Lérmontov), tras el cual, atravesados los años (los suyos y los ajenos), cerrando el círculo, volveremos a su obra, a Ajmátova, a la cumbre, el Poema sin héroe, y a una especie de necesidad de explicarse (o de volver sobre el secreto de su poesía, de cualquier poesía), quizás para decir que hay cosas que no se pueden explicar, y mucho menos un poema que atraviesa , tres décadas y tantas vidas. Y eso, es también su prosa…