Fármaco, de Almudena Sánchez (Literatura Random House) | por Juan Jiménez García
Entonces aquella mujer dijo: los hipocondríacos se sienten amenazados en su interior; en cambio, esto es diferente: se sienten amenazados por algo ajeno a ellos, algo exterior. Pienso en Luigi Pirandello, las voces de dentro, y luego reparo en que en realidad esta era un obra de teatro no suya sino de Eduardo de Filippo. Pensé. Pensaba. Pienso. Parar el tiempo. Escribir en una casa con fantasmas, llena de cosas imaginadas, de ruidos. Una casa a la que se llega de noche y de la que se sale cuando apenas amanece. Para seguir intentándolo, con un solo final posible, entendible. Aquel de Zahrada: ahora todo está bien. Mientras tanto, la lectura de Fármaco, libro de Almudena Sánchez sobre la depresión. Pero no solo. Sobre otros fantasmas, en otros lugares. Otros miedos, otros temores. Algún día alguien escribirá no el libro de aquellos en los que el mal se instaló en su interior, sino el de aquellos que asisten perplejos, impotentes aunque incansables, a esa ceremonia de la confusión, a ese ciclo de vida en el que uno es otro. Y todo se tambalea.
Almudena Sánchez se acerca a la depresión avanzando y rebobinando, acciones, que como bien dice, ya solo entenderemos algunos seres de otras generaciones. Avanzar y rebobinar nada tiene que ver con saltar hacia atrás unos segundos y saltar hacia delante otros tantos. Los saltos en el tiempo nada tienen que ver con esas imágenes aceleradas en direcciones contrarias. Y la vida es esto último. Enfrentado a una brutal depresión, el Dr. Magnus busca equilibrar la química de su cerebro, la formulación que recuperará esas sensaciones trastocadas, enfrentarse a un enemigo inmaterial, que amenaza hasta con matarnos (algo que deja en tus propias manos, una broma más) y que solo devuelve imágenes reflejadas en espejos rotos. En un determinado momento, la escritora dice una frase que me permitió entender esta confusión de pensamientos, todos esos desordenados trastos de mi cabeza: hasta la verdad miente. Sí. Todos esos mundos salidos de la nada o, peor, de los rincones más profundos, de lugares de los que jamás habíamos oído hablar y que están ahí, dentro, y un día se hacen pasar por nosotros. La escritora busca en su infancia. Ese algo tiene que estar ahí. Cualquier mínimo gesto, una operación traumática, primeros encuentros con la amenaza.
Hace muchos años que me prohibí escribir de noche. Me lo prohibí cuando aún pretendía ser un escritor y me lo seguí prohibiendo cuando entendí que sería un nadie, un nada en particular, y que está bien así. Estoy escribiendo de noche y sé que mañana por la mañana me arrepentiré de todo lo escrito, pensaré que lo escribió un extraño, más sombrío, todavía más triste. Pero lo dejaré así, porque en todo, hasta en nuestras equivocaciones, se encuentran esas respuestas a las que no logramos dar cuerpo. Fármaco también busca materializar lo inmaterial. Intentar encerrar los temores en palabras, porque cuando somos capaces de ponerle un nombre a las cosas es el primer paso para enfrentarnos a ellas. Porque esa multiplicación desbocada de nuestros sentidos, esa sensibilidad que nos entrega a la pena más absoluta, ese conjunto de miedos abstractos que nos ahogan, que nos aprietan fuerte la garganta y presionan con fuerza nuestro pecho, que nos quitan las ganas de ser para entregarnos a una absurda subsistencia, que nos convierten en polvo, a expensas de cualquier corriente de aire, empiezan a morir cuando pueden ser nombrados. Y eso es Fármaco. La búsqueda de las palabras exactas y de las inexactas. Pero la búsqueda. Hacer la oscuridad visible.
(Unas horas después, amaneciendo)
He cambiado el título. He cambiado el título porque he soñado con Michel Leiris, un escritor muy presente en mí estos últimos años, desde la lectura de El África fantasmal, y en su escritura del yo. Si en la escritura del yo el autor llega a un despojamiento inimaginable, si todos los límites son atravesados para encontrarse y entregarse a los demás, también hay una escritura del otro. De ese otro que hay en nosotros y que de repente nos hace a un lado. Entonces también aparece Franco Battiato… El animal que llevo dentro no me deja ser feliz nunca. Se toma todo, hasta el café. O Alberto Savinio escribiendo sobre Maupassant: yo soy otro. Escribir sobre ese otro al que quizás no encontraremos nunca, aunque sepamos que está ahí, siempre, o, que un día aparecerá y será terrible. Pero…
Fármaco no es solo otro instante de esa escritura del otro. Es también un libro sobre la esperanza, sobre el equilibrio. Sobre caminar sobre la cuerda floja pero llegar al final. Y cómo, también (otra vez Leiris), a las noches sin noche acaba por llegarles su día.