Los Minutos de arena memorial, de Alfred Jarry (Libros del innombrable) Traducción de Juan Antonio Tello | por Juan Jiménez García
Sin duda a Alfred Jarry le debemos, como mínimo, dos personajes inolvidables: Ubú y él mismo. También la patafísica (o ciencia de las soluciones imaginarias). Y bueno, seguramente el haber sido capaz, conscientemente o no, de unir, con su alargado cuerpo, una época pasada (el simbolismo) con una época futura (el surrealismo). Nacido en 1873, a una llegó un poco tarde (pero de forma entusiasta, como veremos). Muerto en 1907, la otra no la llegó a conocer. Cierto que desde nuestra época nos parece asombroso que treinta y cuatro años de vida dieran para todo eso, pero sí, entre sus paseos en bicicleta y su vida casera en un piso al que había que entrar de rodillas (porque lo habían dividido en dos… a lo alto), Jarry tuvo tiempo de crear un universo tan personal que ha sido compartido y asumido por muchos hasta llegar a nuestro días (hoy, 1 Gidouille 141, Santa Bouzine, espíritu, según el calendario patafísico perpetuo).
Pero Jarry, antes de ser ese personaje, tuvo una vida como las otras. Bien, casi. La herencia que le dejó su madre le permitio, con veinte años y tras fracasar en la literatura (la universitaria, claro, que parece que es otra cosa), vivir bien y conocer a Alfred Valette, que dirigía una publicación centenaria, la revista literaria Mercure de France, a la que había hecho, literalmente, renacer. Mercure vivía sus años felices. Alrededor de él giraba todo el simbolismo, el movimiento más importante de su tiempo, y Jarry, como no podía ser de otro modo, fue acogido por él y él lo acogió a su vez. Será en ese tiempo cuando, en casa de Vallete y Rachilde, se vea la primera representación de Ubú, un Ubú que daba vueltas en su cabeza desde sus tiempos escolares (no en vano está basado en sus profesores de aquel tiempo, y fue una ocurrencia que compartió con un compañero de clase, Henri Morin). Más tarde, con René de Goncourt fundará una revista, Ymagier, dedicada fundamentalmente a las estampas, y ya sin él otra, Perhindérion. Pero en lo que nos interesa, nos detenemos aquí, porque hemos llegado al momento de Los Minutos de arena memorial, editado en nuestros días por Libros del innombrable.
Los Minutos de arena memorial recoge precisamente cosas que fueron apareciendo en Mercure y también en L’Écho de Paris. Primer libro de Jarry (1894), podemos decir que está más cerca del simbolismo que del absurdo. En él, sin embargo, podemos encontrar ya destellos, incluso fuertes destellos, de lo que vendrá. Conjunto de prosas, poesías y teatro, continuamente nos vamos sumergiendo en un mundo heterogéneo, lleno de imágenes, de símbolos, de símbolos de símbolos, de referencias más o menos crípticas pero a menudo de una brutal intensidad. Jarry se balancea entre estructuras clásicas y no tan clásicas, como puede ser el guiñol. Es precisamente ahí donde vemos al Jarry más reconocible. Con ese mismo título, Guiñol, nos encontramos con Ubú, en una breve obra en la que también está su señora o Achras. En su tiempo, era precisamente el teatro de marionetas aquel que invitaba a la subversión, a la experimentación formal, lejos de la niñez en la que ahora vive encerrado. Y también en forma teatral, Los prolegómenos de César Anticristo (César Anticristo será su siguiente libro, un año después, precediendo a Ubú rey). No es difícil ver cómo es bajo esa forma que Jarry se aproxima seguramente más a las intenciones que marcarán su obra.
Los Minutos de arena memorial es una obra primeriza, obra que tantea, que tienta, que busca caminos, que asume riesgos o se deja llevar. Alfred Jarry busca su sitio, entre el simbolismo que le rodea, en el que vive, y en sus pulsiones más radicales, que necesitan escapar a su época, aunque para ello tenga que utilizar otros medios, menos transitados por su compañeros y amigos. Ubú está al llegar. El rey de esa Polonia imaginaria cambiará el mundo. Un poco, lo suficiente.