Doctor Krupov, de Alexandr Herzen (Ardicia) | por Juan Jiménez García
Ardicia, en su corta pero intensa vida como editorial, parece haberse empeñado en recordarnos todos aquellos escritores que nos perdimos. Es más, aquellos escritores que nos perdimos porque ninguna editorial se acordó nunca de ellos. Atravesando países nada desconocidos, ahora ha llegado hasta Rusia, y allí, hasta Alexandr Herzen.
Herzen no tuvo una vida especialmente larga, pero sí seguramente intensa. Hijo de una importante familia noble, habitó países con la misma facilidad como las que cambiaba de amantes, aunque seguramente con menos placer. Desterrado de aquella Rusia de los zares, se dejaba querer por las ideas socialistas, algo no muy apreciado en aquella época y lugar. Desde su revista La campana (Kolokol) ejercería una importante influencia en sus contemporáneos, y entre toda esa complicada actividad política, todavía le quedó algo de tiempo para la literatura.
Doctor Krupov reúne dos relatos: el que da nombre al libro y La urraca ladrona. En el primero de ellos, el doctor Krupov se enfrente a un interesante dilema, que podemos resumir en ¿quiénes son los locos en este mundo? Levka es su amigo de juventud. Aunque espabilado para asuntos prácticos, le resulta imposible aprender a leer o cualquier tipo de estudio, lo cual le convierte en un estúpido a los ojos de todos, también de sus padres. Sin tener ningún sentido para él esa escuela en la que no logra aprender nada, se lanza al bosque, su único refugio y también su lugar natural. Allí, en compañía de su perrito pasa los días en total libertad, durmiendo a la sombra de los árboles o bañándose en el río. Nunca llegará a nada, pero ¿esa vida es nada? ¿Acaso es más estúpida que la que llevaban sus paisanos, trabajando la tierra para nada, viviendo para comer? El presente es dudoso y el futuro no existe (demasiado parecido para tenerlo en cuenta). ¿No es acaso Levka el más cuerdo de ellos? En un momento de estremecedora belleza, con ese inocente sesteando, Krupov se pregunta por ello y nos lo preguntamos. Él es psiquiatra. Eso debería permitirle estar más cerca de una respuesta. Rememora algunos de los casos a los que se ha enfrentado, como el de esa Matrenka Buchkina, cocinera. Su marido, borracho, le pega, la trata como una inútil, pero ella no puede pasar sin él, e incluso considera que aguantar es su obligación. Esa relación la traslada a sus hijos, a los que trata con devoción pero luego riñe por cualquier cosa. O el caso de Anna Fiodorovna, cuya solución para curar su enfermedad sería alejarse del marido, un marido que la desprecia, rodeado de amantes, pero al que ella no quiere abandonar.
Es curioso ver cómo aquellas preguntas que se hacía Herzen a través de su doctor Krupov hace más de cien años siguen teniendo la misma validez. No, no hemos ido muy lejos. Tampoco resulta extraño establecer una similitud con la situación política de su tiempo (y no muy alejada del nuestro), en esas mujeres golpeadas y humilladas pero incapaces de rebelarse, por aquello de más vale lo malo conocido, y también las cosas son así porque deben ser así. La verdadera libertad, entonces, solo puede pasar por el inocente Levka, personaje ahistórico.
En La urraca ladrona, una discusión sobre la falta de actrices en el teatro ruso (quizás por una sumisión natural que les impide la energía de afrontar otras personalidades más complejas), deriva en un triste relato. Aneta es una actriz excepcional que trabaja para la compañía de un príncipe. Aun en papeles secundarios, hay en ella una energía reconocible. Así la advierte un famoso actor, que intenta desde ese momento encontrarse con ella. Pero el viejo príncipe la tiene completamente aislada, alejada de todos tras haberle rechazado. En vez de acabar con ella de una manera más expeditiva (los tiempos se lo permitían) decide destruirla poco a poco, alejándola de los papeles principales. La actriz queda ahí, prisionera, mientras la mujer, aún con todo, logra entregar su cuerpo, sin ninguna satisfacción.
Frente a aquellas mujeres de Doctor Krupov, Aneta supone la libertad, el no plegarse ante su destino, pero el resultado no es muy alentador. Herzen debía pensar que todo debe cambiar para que algo cambie, y que eso empieza por las propias personas. Pero si estas no logran acabar con aquello establecido, aquello que nos impide avanzar, desarrollarnos como personas, encontrar una sociedad más justa, todo esfuerzo está condenado a quedarse en nada. La revolución debe empezar en uno mismo pero debe acabar en todo. Y mientras tanto, seguiremos encontrando locos donde no los hay, libertad donde no existe.