Ciudad de caníbales, de Alexander Drake (Lupercalia) | por Juan Jiménez García

Alexander Drake | Ciudad de caníbales

Enfrentarse a todo un mundo (incluido uno mismo) para acabar vencido no ya por las personas sino por la vida en su estado físico. Eso es el último libro de Alexander Drake, esa es su ciudad de caníbales. Eso es lo que hay (o hubo… pero no, nada cambia con el tiempo, aunque esto solo sea una lejana intuición más que una certeza). En el lejano Hollywood de los años ochenta, un tipo de nombre afortunado, Viktor Sinclair, se enfrenta desde su despacho de coordinador de producción y representante de artistas a una vida que no acaba de alcanzarle para todo.

Las películas se suceden, los rechazos, el fracaso, las productoras, las frustraciones, las mujeres, las conquistas ocasionales, los movimientos oscilantes de su secretaria, ese guión que es la promesa de algo pero que nadie se atreverá a producir, los actores en las cunetas de la industria, dispuestos a aceptar cualquier cosa por dinero, las putas, encontradas aquí y allá, el dinero, siempre el dinero, los teléfonos, las películas, siempre tan lejanas. En Los Ángeles, en la vida de Viktor, hay espacio para todo eso, incluso para más que todo eso, pero ninguna cosa le alcanza. Todo le roza, únicamente.

Ciudad de caníbales es una novela negra en la que no muere nadie. Es una novela negra en la que no hay violencia, no hay detectives, no hay policías, ni asesinos. Solo algo así como un tono. Un aire que hace que siempre estemos esperando todo eso, sin que llegue a materializarse. Pero ¿no se materializa? Están las víctimas de un sistema que atraviesa las vidas como un tren nocturno (esa sensación de que todo discurre de noche, de que no hay luz, nada que nos ilumine), sin detenerse, arrollando a aquellos que se enfrentan a él. Un tren que pasa noche tras noche y en el que solo hay sitio para la melancolía del que espera algo y el sexo rápido, impreciso (vale cualquier cosa porque es la búsqueda de un instante… un instante contra toda la desesperación).

Para Viktor Sinclair es una cuestión de administrar pérdidas. La primera, la suya propia. Sí, las cosas pueden cambiar y cambian, pero son simplemente etapas de un descenso que llegará a ser vertiginoso. No puede hacer nada porque lo suyo no es el heroísmo. Ni siquiera será capaz de encontrar ese punto final, un fin de acto, acorde a sus expectativas. Y esa será su última aventura. O no, tal vez no. Simplemente un último deseo de vivir. O de ver cómo acaba la película.

Ciudad de caníbales es un libro construidos sobre los diálogos, las voces, de un mundo vencido. Un Hollywood necesitado siempre de lo nuevo con un sabor a viejo, y de nuevos rostros. Un mundo deshumanizado que no habrá cambiado mucho desde aquellos ochenta, nos tememos. Y es ahí donde Viktor Sinclair se mueve, perdiendo batallas. Negando a Apollinaire: de derrota en derrota hasta la derrota final.

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