Lealtades y traiciones, de Aleksandar Tišma (Acantilado) Traducción de Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pištelek | por Juan Jiménez García
Centroeuropa es algo más que un espacio geográfico. Atravesada buena parte de ella por el Danubio hay como un recorrido vital común compartido, también en su escritura. Es más, un estado de ánimo compartido. Esa misma sensación de deriva, de caminar extraviados entre brumas y espejismos. Y la mujer, como destino. Como paso definitivo hacia una derrota igualmente definitiva. Algo. Algo que atraviesa la narrativa de escritores como Danilo Kiš, László Krasznahorkai o el propio Aleksandar Tišma. Este último construyó su obra alrededor del ciclo Ramas entrelazadas, que Acantilado ha publicando con regularidad. Su manera de recorrer la historia de su país. Primero Yugoslavia. Luego Serbia. Su propia historia, en la que sus personajes se entrelazan. Lealtades y traiciones es la cuarta novela de las cinco que forman este ciclo.
Los padres de Sergije Rudić siguen en Novi Sad. Su padre es dentista. Su madre, fuera lo que fuera, ya solo vive obsesionada por las traiciones de su marido, que tan solo intuye y que son más que inciertas. Tal vez inexistentes. No son unos críos y están más cerca de la jubilación que de cualquier otro lado. Sergije ha cógido la costumbre de visitarlos todos los fines de semana. De pasear con su padre, de escuchar a su madre. También de visitar a un viejo amigo, camarada, Eugen, que pasa por idiota porque no hace mucho, más que vivir entre libros y leer esos libros que le van prestando. Sergije estuvo en la resistencia, fue hecho prisionero, intentó escapar, se libró por poco de la muerte. Convertido en héroe (un pequeño héroe), se ganó un puesto en Polonia, ese país amigo en los nuevos tiempos comunistas, y todo salió mal. Acabó con un matrimonio, luego otro, y un pasado turbio. Incluso amenazador. Tiene una hija. Y una mujer. Pero las dos están atrapadas por sus propias circunstancias y miedos. Después de algunas vueltas, Sergije se pone a trabajar revisando novelas, para que sean correctas para los ciudadanos y aceptables para el comunismo. Nada difícil. La vida pasa. Tampoco pretende hacer mucho con ella. Podría decir que ha visto demasiado y ya no quiere ver nada más. Pero entonces ocurre algo. En principio un simple contratiempo. Un cambio de leyes devuelve el piso en el que se sitúa la consulta de su padre a sus propietarios. Y vuelven los fantasmas del pasado, de la ocupación. Pero sobre todo, aparece de nuevo Inge. Ella. Y la posibilidad de una fuga. No hacia alguna parte, sino de uno mismo. Huir de sí mismo.
Sergije es esa extraña mezcla entre convicción y duda necesaria para la deriva. Para poder perderse hay que ir hacia algún lado. Para buscar algo, tener algo que buscar. Para perder algo, tener algo que perder. Estaría cansado de todo si fuera consciente de su cansancio, pero no lo es, como no lo es de tantas cosas. Inge es la oportunidad de romper un círculo cuando finalmente estaba a punto de cerrarlo (aunque podría ser un espejismo más). Inge le devuelve la necesidad de un destino. Pero ese destino puede no ser más que un espacio vacío entre otros espacios vacíos. La escritura de Tišma, esos enormes párrafos que ocupan capítulos enteros, entre el pasado y el presente, entre unos personajes entregados a una idea (a cada cual la suya), nos va entregando los pedazos de esas vidas entre la nada y el todo, siempre con la necesidad de definirse con respecto a los otros. Sí: brumas y espejismos. Y el Danubio, el río que atraviesa también Novi Sad, sus vidas. Y la muerte.