El símbolo sagrado, de Julien Ries (Kairós) | por Francisca Pageo
De todos es sabido que el símbolo es algo que ha rodeado y estado en el hombre desde el principio de los tiempos. Pero, ¿qué es el símbolo? ¿Qué representa el símbolo para nosotros? ¿Por qué y para qué lo necesitamos? En este libro, Julien Ries nos ofrece una larga explicación de lo que el símbolo es y para qué sirve, por qué lo tenemos siempre con nosotros, por qué es sagrado y cómo lo hemos utilizado.
El símbolo siempre ha estado presente, y sigue estándolo, en todas las religiones, así como también en todas las tradiciones culturales, desde las más antiguas a las más recientes. Así, este nos lleva al punto intermedio que tenemos entre lo sagrado y lo cotidiano, pues se vale de imágenes que nos ayudan a despertar la conciencia y nos introduce en un elemento de unicidad que promueve una dinámica. Esta establece una relación entre la conciencia y el inconsciente, y nos da la fuerza necesaria para administrar la energía del inconsciente así como también nos ayuda a penetrar en profundidad en los arquetipos. Ya creado en el hombre prehistórico del Neolítico como un culto a los dioses -véase la diosa, que designa a la eterna tierra madre; o el toro, que se atribuye lo masculino y visceral-, el símbolo nos habla de la tierra, de su labrado, del culto a la fe y la creencia. Y es así como sucede en todas las religiones.
Como una brújula para el hombre desorientado, al que ayuda a ver más lejos, el símbolo nos sirve para comprender la verdadera orientación del hombre más a allá de los determinismos socioculturales. Además, resulta un instrumento indispensable para que el hombre viva su experiencia de lo sagrado. Sin esto, el ser humano no viviría las epifanías de misterio, ya que es gracias a la experiencia religiosa que el hombre capta lo infinito divino en lo finito, lo eterno en lo inmortal. Ries nos muestra cómo se ha gestado su origen en cada cultura, cómo pertenece a la sustancia de la vida espiritual, donde el pensamiento simbólico precede al lenguaje y al discurrir de la razón. El símbolo, pues, nos revela lo invisible, el misterio, así como también se erige en una enorme fuente de creatividad. Por ello, los símbolos toman una gran y profunda influencia sobre nuestra vida, orientación y sobre las actividades que el hombre tiene en la sociedad.
Entre las representaciones del símbolo cabe destacar el mana y el tótem, apoyados sobre principios evolucionistas; así, también, el hombre mismo mediante el homo symbolicus y el homo religiosus, que abordan la prehistoria, las primeras religiones de Oriente próximo y del Mediterráneo y la India Védica. Por otro lado, las manifestaciones del cosmos estimularon el proceso de reflexión y observación de lo sagrado. Entre ellas, cabe destacar la bóveda celeste como elemento principal, pues despertó en el hombre una conciencia sobre la trascendencia y las realidades que sobrepasan este mundo. También están la tierra, la luz, la montaña, el árbol. Asimismo, no podía faltar la cruz, ya que se halla en todas las religiones, desde el antiguo Egipto y el hinduismo hasta el cristianismo. El simbolismo de este último nos exige una reflexión en varios niveles, desde la necesidad de orientación que tiene el hombre para transformar el caos en cosmos hasta la figura del árbol como salvador. Cuando el hombre está perfectamente integrado en el símbolo, conoce su papel en la creación y percibe qué es lo que le convierte en luminosidad; algo parecido sucede, si trasladamos la experiencia hasta nuestros días, con el papel que pueden ejercer la poesía y el arte. A partir de esa integración nace el profeta, aquel capaz de transmitir los conocimientos sobre Dios al pueblo a través de los símbolos.
En la actualidad, el símbolo ha caído en el signo, es decir, necesitamos que justifique una aserción, tanto exterior como perceptible. Esta se da de dos maneras, una visible, sensible, y otra espiritual. El imaginario nos ayuda a entender qué símbolos son necesarios para nuestra unión con lo sagrado. Ahora hablamos de la hermenéutica del símbolo, pues, a raíz de este, la experiencia simbólica nos transforma tanto interior y exteriormente. En palabras de Jaques Vidal, «El símbolo cosmiza».
Como bien nos indica Julien Ries, el pensamiento simbólico es indisociable de la experiencia fundamental del símbolo a través de lo sagrado, pues constituye una pieza maestra no solo de diálogo entre las religiones, sino también del hombre hacia su interior, su psique y su tradición. Es inevitable tener el símbolo como una llave maestra, hoy como antaño, pues nos orienta, nos transforma y nos sustenta.