Por tercer año, nuestro corresponsal Faustino Sánchez acudió a la cita con el Festival de San Sebastián, del que dentro de poco dará cumplida cuenta en su crónica. Durante los días del Festival, Faustino compartió a través de Twitter sus primeras impresiones sobre las películas de diferentes secciones, a competición y fuera concurso. Ahora que San Sebastián ha echado el cierre hasta el año próximo, hemos reunido cada uno de sus tuits en el texto que podéis leer a continuación, un cuaderno de apuntes e intuiciones perfecto para detectar por dónde se ha movido el Festival en su edición del 2014.
La isla mínima, de Alberto Rodríguez
La isla mínima tiene una persecución de coches en la niebla fascinante, un momento en el que la película logra ir más allá sin salir del género. Sin embargo, los problemas llegan cuando ves que hay demasiadas pistolas de Chéjov y el engranaje queda involuntariamente al descubierto. Todos hemos pensado en True detective, pero sus problemas no vienen de ahí, sino de ciertas concesiones y algún cliché visual.
Una nueva amiga, de François Ozon
Una nueva amiga, que no decepcionará a los fans de Ozon, juega con los enredos en torno al tema de la identidad sexual. No se puede negar el respeto con el que trata un asunto difícil y lo hace accesible al gran público. Queda para el debate la pertinencia de la forma.
P’tit quinquin, de Bruno Dumont
Bruno Dumont nos ha salvado el día con una comedia como solo puede hacer él, o como las hacía Pasolini. Los 200 minutos, un lujo. P’tit Quinquin nos lleva al cine rural que hacía en Francia en los años 30 gente como Renoir (también en clave policial) o Pagnol. ¿Cómo lleva Dumont con éxito un thriller rural hacia la comedia? Haciendo lo más importante y lo que mejor hace: entretenerse por el camino.
Autómata, de Gabe Ibáñez
Como nos hemos quedado fuera del pase de Dolan, hemos despedido el día con Autómata, que empieza con fuerza pero va cayendo. Lo curioso del filme es que dibuja un futuro como se pudiera haber concebido en los años 80, con conceptos retro (técnicos y más).
Pasolini, de Abel Ferrara
Maravillado y emocionado a la salida del Pasolini de Ferrara, retrato sobrio del personaje pero rico e intenso del hombre-creador. Además, la película es 100% Ferrara, llena de capas y con múltiples derivas que, sin embargo, no se alejan de la cabeza de Pasolini.
The Tribe, de Miroslav Slaboshpitsky
The Tribe puede ser la película más extrema y polémica del #62SSIFF, con opiniones enfrentadas. A mí me ha gustado bastante la primera hora, pero luego creo que cae víctima de la rigidez de su propio dispositivo y se regodea en su propia sordidez. Lo que podría haber sido un «informe sobre ciegos» para sordomudos, se me hunde por no dejar atisbar ni un resquicio de ironía, y por obviar una reflexión sobre la mirada. Eso sí, toda la película en planos sentencia, estilo frío y geométrico… ¿El estilo devenido en tics? ¿Será Ucrania la nueva Austria-Rumanía?
La princesa de Francia, de Matías Piñeiro
Piñeiro sigue con su ciclo shakespeare y nos hace gozar con la vuelta de tuerca que da a Viola. Entre Hong Sang-soo, la screwball, Rohmer y Rivette. La princesa de Francia nos arrolla metiéndonos con su velocidad, complicidad y guiños constantes, y sus imágenes bellas y libres. Se desenvuelve con los mejores recursos en bellos interiores e íntimos exteriores. Los personajes crean un mundo propio, esquinas de su aire.
La habitación azul, de Mathieu Amalric
Hemos acabado el día con una estupenda película de Mathieu Amalric, La habitación azul, con una dirección impecable para dar entidad a una trama absolutamente chabroliana, como buena adaptación de Simenon. Elegante y apasionada, con fuerza. Queda la duda del uso del 4:3, que no nos pega demasiado. Así que gran balance de este día, en el que hemos tocado el cielo con Ferrara y Piñeiro, y hemos estado cerca con Amalric, nuestros favoritos con Dumont.
Still the Water, de Naomi Kawase
Still the water tiene momentos de bella intensidad que recuerdan lo mejor de Kawase, pero me sobran otros de discurso. Hay imágenes de la chica adolescente que hacen por sí solas que merezca la pena la película.
In her place, de Albert Shin
In her place, polisémico título, emplea la maternidad como campo de batalla alrededor de la voluntad y el deseo. Prometedor debut.
Ventos de agosto, de Gabriel Mascaro
¡Muy grata sorpresa Ventos de agosto! Rigurosa y ligera, irónica, apegada a su tierra y abierta a la modernidad. Vida y muerte, juventud y vejez, lasitud y deseo… Ventos de agosto se construye a través de contrastes y además deja respirar.
Jauja, de Lisandro Alonso
Jauja se mueve hacia la abstracción desde los límites de los géneros que mejor se prestan a ello, la aventura y el western. Cuando en la mayoría de pelis del #62SSIFF se está abusando del cambio de foco no solo para montaje interior, sino también para enfatizar y subrayar hasta convertirse en un tic formal, llega Lisandro Alonso y hace una película entera con una profundidad de campo brutal, aportando sentido. En realidad, no entera, pero decir más sería desvelar demasiado. Es mejor entrar en la peli como una aventura, con machete y pistola.
Loreak, de Jon Garaño y Jose Mari Goenaga
Loreak es una de esas películas para gustar a todo el mundo, por su accesibilidad y buenas intenciones y por los clichés autorales. Antes decimos lo del cambio de foco como tic autoral y llega loreak a saturarnos de este recurso…
Bande des filles, de Céline Sciamma
Estupenda Céline Sciamma en Bande des filles, que imprime toda la fuerza que necesita el relato, tanto en los clímax como en las transiciones. Su estructura es felizmente caótica, y cada fundido en negro suspende la respiración y nos renueva. Curioso comparar Bande des filles con Foxfire, vista hace tres años aquí. En la primera, las chicas son ángeles con piel de monstruo, en la segunda es al revés.
Love is strange, de Ira Sachs
Love is strange, lo último de Ira Sachs, que trata sobre una madura pareja homosexual, es tan inocua y blanca que parece habitar su propia burbuja. La referencia en la idea de la peli podría ser Dejad paso al mañana, la obra maestra de McCarey, pero la comparación suena ridícula.
Aire libre, de Anahí Berneri
Una pena el recibimiento de Aire libre. Me parece estupenda desde el título, que se opone al enclaustramiento emocional de los personajes. Aire libre muestra la destrucción de una pareja mediante la construcción de una nueva casa. Opuestos que se dan la mano en escenas de fuerza. Una película que pasa varias veces al borde del precipicio pero acaba salvándose.
Felix y Meira, de Maxime Giroux
Vista Felix y Meira, recuerdo que normalmente tengo precaución con las películas «intimistas», «humanas» y de «buenas intenciones», pero cuando añades el multiculturalismo y el «aprender a vivir», es mejor echarse a temblar. Una mirada unidimensional a la realidad, como si esta no fuera poliédrica y el espectador solo pudiera asentir en silencio y compadecer a los personajes.
Dos disparos, de Martín Rejtman
Martín Rejtman cumple con otra estupenda película, Dos disparos, que lleva la marca de la casa y hace del absurdo el humor más incisivo. Aun así, Dos disparos es más abierta y viral (como la han definido en la presentación) que las anteriores. Y tan divertida como incisiva.
Im keller, de Ulrich Seidl
La película que más carcajadas ha despertado ha sido el grotesco y cómico documental de Ulrich Seidl sobre los austriacos y sus sótanos. A los que pensamos que los personajes de Herzog son excéntricos nos viene bien Im Keller, sin convencernos por su regodeo en lo grotesco.
Magical girl, de Carlos Vermut
Magical girl es un tramposo y maravilloso puzzle del que no encontraremos la última pieza. Muchas de sus virtudes estaban en Diamond flash. Vermut depura y libera (aunque parezca contradictorio) el estilo. La forma en que juega con nuestras tradiciones es impagable. Magical girl es una película irregular y con puntos cuestionables, pero quien entre desde el principio la disfrutará enormemente.
Eden, de Mia Hansen-Løve
A Mia Hansen-Løve se le da mejor el retrato de lo individual que de lo colectivo. En Eden busca crear situaciones de clímax, de comunión colectiva a través de la música y el baile, pero le falta fuerza visual. Quizás lo que busque no sea eso, sino plasmar cómo se proyecta esa sensación sobre una sensibilidad individual. Hansen- Løve filma como nadie a gente en coches, saliendo por las puertas y cargando bultos. Las transiciones entre escenas parecen heredadas de Assayas, pero encajan como emergidas directamente de ella y son clave en su poética. Transmite mejor las emociones femeninas (¿existe esta diferencia?) que las masculinas, y por eso ellas tienen esa singular autenticidad. Su mayor triunfo está en las miradas, gestos, destellos que catalizan emociones individuales. La expresión de Louise ante el beso último a Paul en el coche: explosión de emoción. Sentimientos que se palpan, auténticos, lo más difícil es esto último, ese momento, vale más que la mayoría del resto de películas completas. El cine de Mia Hansen- Løve es un cine de anagnórisis silenciosas y prolongadas en el tiempo, entre orfandades inventadas y no asumidas. Por eso la relación más duradera de Paul y no elegida por él de inicio es con Louise. Amor: búsqueda de lo que no existe, el amor incondicional fuera de la madre, es decir, un bello simulacro. De nuevo la figura del padre ausente. La particular lírica de Hansen- Løve llega a su punto más especial cuando la frustración y la asunción del fracaso se encuentran; como dijo en la rueda de prensa, el motor de su cine es la tensión entre la euforia y la melancolía. Si ha conseguido llevar a su terreno un tema tan poco adecuado para ella es que es capaz de hacer cualquier cosa, está en primera línea.