Madre, de Wajdi Mouawad (La uña rota) Traducción de Coto Adánez | por Óscar Brox

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Wajdi Mouawad es el gran escritor de la transmisión. La memoria, la Historia y la tragedia convertidas en carne y cuerpos, en voces familiares y en una atmósfera lingüística que va del Líbano a Francia y de allí a Canadá. Sus obras circulan por la misma corriente sanguínea, cada texto se comunica con el otro; o lo continúa, recordándonos que todo forma parte de un árbol genealógico arrasado por el exilio, las pérdidas y las deudas morales que cada personaje contrae cuando debe tomar posición con su historia. 

En Madre encontramos al dramaturgo frente a frente con su pasado. La salida forzosa de un Líbano atravesado por la guerra, la pérdida de una lengua y la adquisición de otra. Y cómo, a través de esta última, florecen el lenguaje del teatro y las posibilidades de la ficción. El exilio construido a través de la figura de la madre y de ese ecosistema doméstico que fragua durante los años en Francia: la rutina de informarse de lo que sucede a través del telediario, las canciones populares que forman ese tapiz sonoro permanente para amortiguar las tragedias menos visibles que se desarrollan en el pequeño espacio del piso. La madre que grita, que chilla y maldice, que se deja la vida, literalmente, transmitiendo casi de manera inadvertida todo ese dolor, todo ese horror, que de tan inefable solo puede ser trasladado a través de cada mueble y cada cosa que forma parte del hogar: la preparación escrupulosa de unas recetas caseras, el teléfono roto que trae unas voces cada vez más lejanas del hogar perdido, las frases mal construidas y las expresiones propias que emergen una y otra y otra y las veces que hagan falta. 

Mouawad lo observa todo sin querer reconstruir a partir de ello su infancia y adolescencia. Esa no es la necesidad principal. Todos esos personajes, diría, son criaturas dramáticas como Antígona o Edipo fraguadas en ese territorio trágico que fue el Líbano de la masacre de Sabra y Chatila, permanentemente dividido entre Norte y Sur, acechado por Israel, Palestina y por los propios odios intestinos que separaban a un pueblo de su vecino. Nunca hay imágenes suficientes para capturar tanto dolor. Se impone la metáfora, la representación, la escenificación y el personaje desde el que poder hablar. En Madre aparecen Mouawad niño y Mouawad dramaturgo. Y este último irrumpe en el texto, precisamente, enarbolando el bien más preciado de la escritura: la posibilidad de la ficción. Volver a la muerte materna, esta vez, desde una mirada adulta. Decirle esas palabras que no pudo escuchar. Transmitir la pena, el legado o la sangre que ni escuchó ni vio cómo se derramaba. Y lo hermoso de todo ello radica en la transparencia con la que lo lleva a cabo el dramaturgo. Con un gesto sencillo, también sincero. Entra en escena. Ya es teatro. 

En verdad resulta admirable la tenacidad con la que Wajdi Mouawad regresa, desde diferentes flancos, a un mismo escenario. Su capacidad para añadir matiz sobre matiz a la misma tragedia. Aquí a partir de esa madre devastada que espera con tanto fervor la llamada del Líbano como las actuaciones de Alain Barrière, Julien Clerc, Nino Ferrer o Julio Iglesias; es decir, que ya ha perdido su allí, pero no sabe muy bien qué le queda por hacer para conseguir tener un aquí. Un lugar. Ese terreno del que puedan brotar las acciones morales, la ética, cualquier cosa que, en definitiva, le devuelva la humanidad que el exilio le ha arrebatado. 

Mouawad escribe sobre su infancia lastrada por la pérdida y sobre una familia extraviada más allá de su atmósfera lingüistica, sobre la madre muerta y la mujer demasiado viva que, como en tantas tragedias, no deja de exhortarnos a mirar. A sentir. A ver esa masacre que se extiende de muchas maneras, que está en su carne y también en su sangre, en su lengua y en su comida. Que recorre su espina dorsal y cada una de las palabras que gasta para tratar de explicarse. Y todo ello, magníficamente adaptado al castellano por Coto Adánez, nos devuelve, una vez más, a la importancia de la transmisión en el teatro de Wajdi Mouawad. Si en Todos pájaros resultaba bellísimo el retrato del padre, aquí lo es el de la madre y el de la hermana del dramaturgo. Y también esa forma de enseñarnos a leer la memoria, a interpretar la tragedia y a decir el exilio. La herida que nunca deja de explorar el teatro de Mouawad.      


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