La isla del aire, de Alejandro Palomas (Teatro Olympia) | por Francisca Pageo
Es esta una obra sobre la pérdida, sobre el duelo, sobre la herida. El dolor sana, dice la abuela y dice la nieta. Pero el dolor se mete en los huesos y no quiere salir. Se resiste y al final sale en las lágrimas que van al mar, como Elena.
Es esta una obra en la que cinco mujeres buscan el significado de lo que es vivir. Desde la abuela hasta la última nieta. Hay quien busca amor, otra busca consuelo, la esperanza, pero el papel de Nuria Espert ya no busca nada. Si acaso, el último resquicio de vida. Nuria Espert es aquí el peso, desde donde nacen todas las demás mujeres. Y a sus 88 años, 90 en la obra, se nota, vaya si se nota. Es como si su voz fuera y estuviera hecha para el teatro. No hay otra forma de concebirla.
Dicen en la obra: está la verdad y está la vida; pero, ¿Acaso no son lo mismo? Quien busca la verdad camina por la vida, y estas cinco mujeres caminan por ella como si la verdad solo fuera aquello que no puede ser dicho. Que no puede ser nombrado. La verdad es un secreto para quien encuentra belleza en el dolor. Porque pese al sufrimiento, la belleza nos une a la vida y la verdad.
Hay heridas que no sanan, que se quedan dentro y necesitan ser sacadas catárticamente. Tanto Bea como Inés, lloran por amor y soledad, sobre el vacío que intoxica el alma cuando el amado nos deja.
Es esta una obra de espacios. Llena de aire y huecos. De fundidos en negro como páginas blancas. Hurgar en los huecos es hallar una vida que debe empezar se a vivir de nuevo, como quien se marcha a un nuevo lugar.
Vivamos, pues, la vida con su dolor. No hay otra manera, aunque no sea un dolor merecido (¿Qué dolor lo es?), el dolor sana. Y la belleza de esta obra con sus rocas, con su mar, su faro, su cielo azul y su sentido del humor, lo es.