Domini públic (Las naves, Valencia. 20 de mayo de 2016) Una producción de Roger Bernat | por Óscar Brox
En uno de los ensayos capitales de la cultura europea, Homo ludens, su autor, Johan Huizinga, teorizaba sobre hasta qué punto la idea de juego es inherente a la propia cultura. Cómo representa la condición de posibilidad de esta última. Cuán importante resulta en el desarrollo de los humanos. En Domini públic, de Roger Bernat, el juego es fundamental para apelar a la voluntad del espectador de participar en la creación de la obra. No en vano, en apenas una hora se cruza una batería de preguntas que oscilan entre lo banal y lo íntimo, lo público y lo privado, lo político y lo sensible, sin separación entre unas y otras. Bastan unos auriculares y el pequeño foro constituido en la plaza que divide los espacios de Las Naves, el centro cultural y de creación artística en el que se representó el montaje la pasada semana. Y en ese acto tan sencillo, tan desnudo de ornamentos innecesarios, aparece el juego como elemento cohesionador. La voluntad de jugar con el filo de cada pregunta, de convertir lo embarazoso en un gesto aparentemente tan insignificante como poner las manos sobre la nuca. O el dedo, el que sea, en la boca. O enseñar la palma de la mano. O reírse porque nadie se anima del todo a dar un ligerísimo paso de baile en el centro de la plaza, mientras suena La flauta mágica de Mozart y la gente se reorganiza en el tablero de la obra.
Domini públic avanza sin casi darnos cuenta, en esos momentos en los que, ante la pregunta abierta, ya no necesitas mirar al resto de espectadores para decidir si vale la pena moverse, quedarse quieto o, por qué no, mentir para no ser el único que se ha quedado congelado en el sitio. Cada vez que se organiza un pequeño grupo en la plaza o la masa de espectadores se dispersa según qué ha respondido a la cuestión lanzada. Cada vez que la obra juega con lo público y lo privado, incitando a compartir con libertad lo que uno piensa y, al mismo tiempo, a reprimirlo. A ser uno mismo, pase lo que pase, o a seguir el gesto de la masa y la elección que se haya impuesto (por vergüenza, rápido consenso o simple miedo a las miradas de los demás). A revelar si alguna vez has mantenido relaciones con personas de diferente sexo, si has robado en un supermercado, si has abominado en público de una ex pareja o perdido a uno de tus padres, si te has masturbado introduciendo el dedo en el culo o si has cantado un gol en el Mestalla. A revelarte, o casi sería mejor decir, a rebelarte.
A Bernat le interesa el aspecto sociológico que fomenta su peculiar visión teatral, en tanto que hace de esa experiencia en común con el público un análisis sobre las relaciones, dinámicas y decisiones que nos llevan a poner en escena nuestros asuntos privados a pesar de la mirada del otro, del desconocido, y de nuestros propios recelos. Ese aspecto sociológico se vertebra a través del juego, que en Domini públic pasa del inocente cuestionario abierto en el que los espectadores se mueven como fichas de ajedrez a una representación teatral en la que los grupos se dividen entre prisioneros y policías, víctimas y torturadores. La velocidad con la que se suceden las preguntas varía según el momento, según la escena, según el papel que cada cual desempeña en ella. Pero Bernat se las apaña para trasladar esa cuestión entre los límites de lo público y lo privado a un escenario aumentado. Como si, de alguna manera, esa representación de prisioneros y tiranos reflejase sin ambages la presión entre una sociedad dormida, sometida, y otra despierta, activa. Pública, vinculada, entrelazada por los juegos culturales que revelan las aristas y los matices, las identidades y los detalles de cada uno de sus participantes.
Domini públic, en su formato de encuesta de población activa, podría ser un estudio sobre la actitud. Una llamada a la acción. Un juego mediante el cual revelar esa identidad activa y, por extensión, el mosaico que se configura a partir de las interacciones entre personas de cualquier condición. El lugar que ocupamos, o que queremos ocupar, en la sociedad. Preguntas sencillas y respuestas directas, físicas, que expresan todo aquello que, a menudo, no sabemos con qué palabra explicarlo. Por eso diría que Roger Bernat contempla el teatro como Huizinga el concepto de juego, esto es, como condición de expresión de una cultura propia. Por eso, asistir a uno de sus montajes teatrales, seguir con la mirada las acciones de los demás, dedicar un instante a pensar la pregunta o dejarse llevar por la inercia y responder sin observar a la persona que hay a tu lado, son la clase de reacciones que dibujan un ethos, una acción, una actitud vital y política. Que revelan el contenido de lo público, de esa intimidad que compartimos (y convertimos) en una experiencia común. De, en definitiva, cada uno de nosotros. Del lugar que ocupamos, del espacio que habitamos, de la identidad que somos, desnudos ante la mirada de los demás.
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