HKoji Wakamatsuoy, tras un desafortunado accidente de tráfico, moría el director japonés Koji Wakamatsu. Con él desaparece toda una parte del cine japonés, su lado revolucionario, provocador, que en otros momentos, años sesenta, setenta, compartieron un buen número de cineastas, reunidos en su mayoría alrededor de la nueva ola japonesa, posición que poco a poco fueron abandonando. Pero Wakamatsu permanecía. Mientras atrás iban quedando aquellos meses de octubre y noviembre del sesenta y ocho, él continuaba, insistía, continuaba una especie de combate infinito contra aquella sociedad. Autor de una obra imperfecta, maravillosamente imperfecta, contó con un puñado de clásicos, casi siempre junto con Masao Adachi, guionista-revolucionario, que abandonó el cine para unirse a la lucha armada. Wakamatsu iba a verle año tras año, allá donde se encontrara, y seguramente pensaban en otros mundos posibles. No llegaron. Adachi desapareció durante treinta años, Wakamatsu, a su manera, también.

Sin embargo, la historia no había acabado para ninguno de los dos. El director japonés, más viejo, más sabio, más hiriente, volvió tras la cámara y de nuevo su cine era un puñetazo en estómagos bien llenos, volviendo en buena medida sobre la Historia y sus sombras. Como en un acto mágico (y justo), Caterpillar los volvió a reunir. Ahora, el destino acabó de una manera bien tonta con él (como si hubiera muertes maravillosas). Queda una obra inmensa (en extensión), brutal (en contenido), única (como universo).

 

Koji Wakamatsu
Masao Adachi


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