Méli-Mélo, o: Un miembro de la boda, por Adrian Martin
Chahine no es la clase de cineasta amante de los soliloquios musicales, a lo Minnelli: más bien, apuesta siempre por un rico conglomerado de cuerpos, colores, formas y trayectorias entrecruzadas. Cuantos más bailarines reúne en un plano aéreo, más satisfecho queda con el resultado final. Y, como hiciera Jerry Lewis en los ’60, a Chahine le encanta incluir, como parte de ese Magical Mistery Tour, toda la parafernalia propia de un rodaje: el decorado, las cámaras, los focos (2). Incluso los paisajes de sus filmes históricos guardan, con frecuencia, un parecido con aquellos decorados de Hollywood (o Bollywood) en los que está a punto de prender la mecha de un número musical. Cuanto más barroco, concurrido y más capas presente el espacio de la fantasía, mayor será el anhelo del personaje por formar parte de él.
Albert Cossery. La libertad de ser nada, por Juan Jiménez García
A través de estas conversaciones el mundo cosseriano se va dibujando como un lugar para la renuncia, convertida en valor supremo. Solo escapando a los designios que tiene guardados para nosotros la sociedad, podremos ser realmente libres, aunque esto no deje de implicar muchas veces la miseria más absoluta. Ahora bien, en esa nada, ¿qué podemos temer perder? Y si no tememos perder nada, ¿no somos invencibles? Caminar con las manos en los bolsillos, dice, es preferible a sucumbir a los coches, a los electrodomésticos, a todo ese consumismo absurdo. Quien no ambiciona nada, no echa de menos ninguna cosa. El héroe de sus novelas siempre será alguien con sus mismas ambiciones: ninguna. O mejor: todas. Para Cossery, solo en la sencillez, es posible enfrentarse a la tiranía (una tiranía imposible de destruir).
Huevo, leche, miel, seda. Semih Kaplanoglu y el Nuevo Cine Turco, por Roberto Amaba
La naturaleza en este cine no sólo llega mediante el ojo. El oído es fundamental en unas bandas sonoras que en la trilogía no cuentan con partituras musicales compuestas para la ocasión. El catálogo de sonidos ambientales es ilimitado. El viento, las hojas rozándose, animales salvajes y domésticos, la lluvia, el trueno, etc. La contrapartida urbana de ese despliegue sonoro del Nuevo Cine Turco la encontramos en sirenas y radios policiales, de alta carga simbólica y textura gutural, que inundan las películas ambientadas en Estambul. La llamada del almuédano, por supuesto, tanto en el campo como en la ciudad. Los sonidos de la naturaleza, por fortuna, no responden a la majadería chill out que algunos esperan de ellos. Que el trino puede convertirse en graznido es algo demostrado por Reha Erdem en la Mouchette turca: Hayat var (My only sunshine, 2008). Y que el concierto de los árboles puede devenir cacofónico y trágico, lo ilustra la rama quebrada en la que cuelga el padre de Yusuf en Miel. El Nuevo Cine Turco no es un cine paisajístico a pesar de contar con material para serlo; no lo es en un sentido visual ni auditivo.
Once upon a time in Anatolia: la vida está en otra parte, por Juan Jiménez García
Anatolia es como aquellas estepas rusas: nunca podría señalarlas con precisión en ningún mapa. Algo que ocurrió en Anatolia, solo por eso, se convierte en un acto fantástico. Vemos avanzar unos coches por aquellos lugares desiertos, monocromáticos (que nos recuerdan otros lugares desérticos y otros atardeceres), seguimos a un grupo variado de personajes en su búsqueda, entendemos, de un cadáver. Pero todos los lugares se confunden: un árbol es igual a otro árbol, una fuente es igual a otra fuente. Y mientras todo parece ser lo mismo, mientras todos ellos hablan de cosas que podrían ser dichas en Anatolia o en cualquier otro sitio, el tiempo pasa. Lentamente, pero sin detenerse ni un único instante.
Crónica rosa: Melo y Drama en Bollywood, por Pablo García Canga
La película fue un fracaso de taquilla. Un fracaso suntuoso, de esos que sólo pueden medirse considerando la belleza de la película y el éxito de la anterior. Quizás el público estaba preparado para aceptar, como en Pyaasa, que el mundo fuese un nido de víboras, siempre y cuando el chico y la chica se fuesen juntos. Pero un nido de víboras en el que el amor además no es posible…
La carrera de Guru Dutt declinó. No volvió a dirigir, aunque sí a interpretar y producir. (Hay quien dice que dirigió sin firmar Sahib Bibi Aur Ghulam. Es posible, pero en mi recuerdo es más bien una película “a la” Guru Dutt.) Waheeda Rehman y él se distanciaron.
Guru Dutt había filmado una autobiografía anticipada.
A principios de los sesenta se suicidó.
Sin palabras que puedan describirlo: epílogos y epítomes de Malle a su viaje hindú, por David Flórez
Por último, podríamos preguntarnos, ese vivir en la calle, yuxtapuesto, forzados a ver y a compartir lo que sucede a los otros, ¿implica acaso una sociedad más justa, más preocupada por sus semejantes? Malle, como siempre, da una respuesta pesimista. El ser humano es capaz de acostumbrarse a todo, incluso a no ver lo que tiene delante de los ojos. No necesita contárnoslo, basta que su cámara ruede las multitudes que pueblan las estaciones y los mercados, una y otra vez, una y otra vez, hasta que acabamos por darnos cuenta de que aquello que llama nuestra atención, como occidentales enamorados del exotismo de otras culturas, no merece la menor mirada por parte de los propios habitantes, para los cuales es tan normal, tan habitual, tan perteneciente a su propia esencia como el levantarse todas las mañanas, aunque a nosotros nos repugne y nos revuelva las entrañas. Mientras otros, precisamente aquellos que tienen más medios, la capacidad y el poder de cambiar este mundo, se construirán su propio paraíso, como ocurre con la élite hindú occidentaliza, que juega tranquilamente al golf en un campo rodeado de chabolas.
Selección vídeos: Roberto Amaba, David Flórez. Imágenes: Vanessa Agudo. Collage: Francisca Pageo. Cosas varias: Óscar Brox, Juan Jiménez García.