“Después de cenar salieron a la calle. Mildred-Rose caminaba entre sus padres, cogida de sus manos callosas. Estaba oscureciendo, y las luces de Broadway respondieron a sus sencillas plegarias. Arriba, en el aire, había enormes imágenes, brillantemente iluminadas, de sangrientos héroes, criminales amantes, monstruos y bandidos armados. Un revoltijo de luz deletreaba títulos de películas y marcas de refrescos, restaurantes y cigarros, y a lo lejos se divisaba el resplandor del crepúsculo invernal más allá del Hudson. Al este, los edificios iluminados parecían arder, como si hubiese caído fuego sobre sus sombrías siluetas. El aire rezumaba música, y la luz brillaba más que la del día. Vagaron entre el gentío durante horas.“
John Cheever, Oh ciudad de sueños rotos