En los escritos sobre estética cinematográfica de Stan Brakhage –Metaphors of Vision (1963)- hay un pasaje en el que este utiliza la expresión sense-destructive en referencia a una perdida de la solidez visual en favor de una percepción más líquida, o incluso gaseosa. Se trataría de un estado alterado de conciencia, es decir, más próximo a la alucinación, la intoxicación psicotrópica, la percepción extracorporal o el sueño que a la «realidad». Debido a los múltiples significados de sense («sentido»), la expresión que utiliza Brakhage para describir ese estado alude tanto a la destrucción de la razón como a la de la consciencia y los sentidos.
Tres años después de la publicación de Metaphors of Vision, Tony Conrad estrenaba The Flicker (1966), una película de 30 minutos de duración que consta solo de fotogramas blancos y negros parpadeando a diferentes velocidades. El filme comienza con una advertencia: «El productor, el distribuidor y los exhibidores declinan cualquier responsabilidad por daños físicos o mentales provocados por la película The Flicker. Debido a que esta película puede inducir ataques epilépticos o síntomas leves de conmoción en algunas personas, si permanece en la sala es bajo su propia responsabilidad. Hay un médico presente».
Aunque podríamos sospechar que esta advertencia tiene más que ver con los trucos de autobombo de William Castle que con un peligro real, mientras las estrategias de Castle -como colocar a supuestas enfermeras en la puerta de la sala- eran puro sensacionalismo publicitario, es verdad que los efectos estroboscópicos generados por una sucesión rápida de fotogramas blancos y negros pueden aniquilar el sentido, provocando migrañas, náuseas, alucinaciones o incluso ataques epilépticos.
Número siete
Pa(i)sajes: Un cine para los sentidos
Imágenes: Juan Jiménez García
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