Mayo, de Karel Hynek Mácha (Salto de Página) Traducción de Clara Janés | por Juan Jiménez García
Por la gruta de los vocablos, fluye, murmurando, la poesía. Decía Vladimir Holan. Era el último verso de su poema dedicado al poeta checo Karel Hynek Mácha, y como en tantas de las palabras de Holan, el misterio esconde lo cierto, y una tenue luz ilumina aquello sobre lo que estas caen. Con esa timidez tan poco valorada, con esa fragilidad aún menos valorada. Con poco, Holan encontraba la poesía de Mácha y, como otros, se colocaba a continuación de ella. Separado por más de cien años pero junto a él. Eslabón, cadena.
Salto de página publica Mayo, el primer libro, la primera piedra de algo checo. En un país de poetas, hubo un primer poeta. Karel Hynek Mácha, por tiempo y algo de convicción, se instaló en el Romanticismo. Había nacido en Malá Strana, ese barrio de ecos, y su familia era una familia humilde. Entonces se vivía en alemán, pero él eligió el checo, para su nombre y también para su poesía, y eso ya quería decir algo. Viajó mucho, murió pronto. Pocos días antes de sus veintiséis años. Algunos meses antes, había aparecido Mayo.
Clara Janés, su traductora y prologuista, escribe sobre la incomprensión de los primeros años desde su aparición, solo salvada por el próximo siglo. También cómo, apasionadamente, vivió la contradicción entre la realidad y lo ideal. Algo que encontraremos en el poema, en esa historia de Vilém, bandido (y por tanto humilde), un personaje tan instalado en esos términos. Mácha ocupa un espacio entre la poesía, la novela histórica y el teatro, sin que queden costuras a las vista, sino solo impresiones, unidas por el sentido de la leyenda. Pero esto sería a un nivel meramente argumental, en el que juega con el Romanticismo, cierto, aunque lo pueda traicionar o, mejor, adaptar a sus necesidades.
Pero lo verdaderamente arrebatador de Mayo está en otra parte, desde el momento en que toda esta trama apenas si esconde a la verdadera protagonista del poema: la naturaleza. Algo que él mismo reconocería en el prólogo que escribió cuando su aparición (de ahí su nombre: una celebración de la primavera en mayo). Su fuerza se encuentra en cómo esa naturaleza es ese árbol del que nacerán todas las hojas, los personajes, las situaciones. Lo importante es lo que brota, lo que nace, lo que surge, los destellos, los reflejos, los colores, el agua que se pierde, la noche cerrada, la gota que cae, el silencio profundo y la oscuridad de ese silencio. La orilla, la torre, la oscuridad, las rocas, el vuelo de las aves. La estaciones. La primavera que se marcha, el verano que sigue tras ella. El otoño. El invierno. De nuevo la primavera que brota, que crece sobre todo.
Clara Janés llama El espacio dialogante a su epílogo sobre la relación entre Vladimir Holan y Karel Hynek Mácha, pero no deja de ser cierto que ese título podría servir también para definir Mayo como entidad. Porque Mayo, en esa belleza que busca encontrar las sensaciones en todo, es después de todo ese diálogo constante entre la realidad (la historia del bandido Vilém) y lo ideal, ese ideal que para Mácha debía ser la naturaleza. Entre la oscuridad del tiempo y la luz de la vida.
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