Mágico, sombrío, impenetrable, de Joyce Carol Oates (Alfaguara) Traducción de José Luis López Muñoz | por Almudena Muñoz
Cuando la bibliografía y el éxito de un autor rebosan las medidas de un ritmo corriente, el asombro termina expresándose con adjetivos cada vez más grandiosos y amplios: en ellos puede contenerse cualquier cosa. Los paralelismos que se han lanzado sobre la figura de Joyce Carol Oates, sumados a las muchas influencias que ella misma reconoce, establecen una especie de maratón acerca de la aseveración más lisonjera y original, vinculándola finalmente con todos los movimientos y nombres clásicos que puedan acudir a la mente. De entre esa marea de definiciones propuestas sobre Oates, casi tan vasta como su propia obra, no sobresalen unos tallos por encima de otros. Oates parece ser todo aquello que se dice de ella, aunque esto nunca sea nada concreto ni del todo argumentado. Como suele suceder con los volúmenes de cuentos de autores que dedican más tiempo a la novela, Mágico, sombrío, impenetrable es un compendio hecho para seguir despistando, para ofrecer modelos de lo prototípico, lo arriesgado, lo aplaudido y lo condenado de un autor que siempre desea ser inclasificable excepto en un aspecto: que su talento es grande.
Así como las voces candidatas al título de la Gran Novela Americana, que a estas alturas significa algo más cercano a un vellocino de oro, tienden al discurso «especializado» -la comunidad judía en Philip Roth, las familias de clase media-alta de Jonathan Frazen-, Oates procura un intercambio más veloz, algo en lo que puede influir su notoria productividad, que a su vez ha tocado casi todos los palos. Si en el formato largo es tan capaz de brincar de la autobiografía a la biografía de una estrella de Hollywood, del realismo feminista a la obra histórica con tintes góticos, en sus cuentos el pelaje de los personajes y el tipo de perspectiva empleado con cada uno de ellos varía con la misma prodigalidad. Un adolescente rodeado de móviles y anoréxicas, una pareja acomodada y demente, una filipina adoptada por la crème de la crème de Martha’s Vineyard, un joven pueblerino y cazurro, blanco fácil para el reclutamiento del ejército, mujeres vírgenes, mujeres embarazadas y mujeres con una tortuosa dependencia sexual. El ambiente universitario es el único decorado más repetido en los relatos de Oates, rasgo que comparte con muchos de sus colegas, tal vez como canalización de una rabia ineludible para el literato del siglo XXI, incapaz de sobrevivir si no vende su alma a un estatus de clase media en persecución constante de un sueño de clase alta: dar clases en alguna universidad para compensar los escasos ingresos editoriales y poder, algún día, saltar a la Ivy League, al Nobel, a los réditos de una obra continuamente reeditada -no es extraño que tantos autores hayan tomado esta premisa en su narrativa, que sustituye a la antigua tragedia del autor bohemio abandonado por las musas; puede que Oates se esté adelantando a esas frustraciones en el cuento más largo del volumen, Parricidio, deliciosamente negro y alegórico.
Es posible que los mejores cuentos de esta antología abandonen la necesidad de un género y de una vuelta de tuerca -los que optan por aspectos sobrenaturales bailan en el precipicio de lo grotesco y paródico-, en favor de una reflexión autoconsciente, emocional y profesional, o la ausencia de truco y trama que defendía Chéjov. Por ejemplo, Mastín, El cazador y el relato que da título al libro, Mágico, sombrío, impenetrable, objetivo de numerosas críticas desde su aparición en Harper’s a costa de un retrato nada halagüeño del poeta Robert Frost. En la magnífica Vieja escuela (2003), de Tobias Wolff, Robert Frost era una de las muchas celebridades invitadas a un colegio para jovencitos con ambiciones literarias; en unas breves páginas, el poeta permanecía prácticamente invisible e inaccesible, resumido por los pocos trazos que sobresalen de su leyenda y en cualquier semblanza estilo Wikipedia: el bardo que arrastra una solemnidad anciana durante toda su vida, delicado y poco menos y poco más que amable, chistoso, sólo capaz de explicarse en términos de una naturaleza críptica. A la manera de Oates, Wolff reservaría el retrato más ácido y crítico para la polémica Ayn Rand, y de una hilera de visitas laureadas, portadoras o no de la simpatía de Wolff, el protagonista de la novela asumía, con todas las consecuencias, que quizá sólo es posible imitar a los grandes a través de un plagio de los seres corrientes. Lo que Oates podría haber probado en el relato Mágico, sombrío, impenetrable es que la única manera de superar a los grandes es convirtiéndolos en ficciones y, como tal, la autora siempre ha tratado con seres corrientes. Frost, por tanto, no iba a ser menos (ni más), y esa transformación del venerable anciano en un machista xenófobo, baboso, arrogante y, tal vez, ligeramente rozado por la locura durante toda su vida, representa el clímax de la prosopopeya de Oates: la mediocridad investida de importancia literaria, lo simple dotado de sombría gravedad.
Porque, en el cambio aleatorio de unos cuentos a otros, se halla un signo común a las voces elaboradas por Oates, y este es su conservadurismo. Hay cierta tristeza en que la ficción de la escritora sea considerada como una pintura realista de la vida, puesto que entonces quien afirma tal cosa no sólo está reconociendo la grisura y el halo depresivo e irrevocable de la existencia, sino que eso no lo asombra: para quien la realidad es un lienzo gris, ver el lienzo gris no le provoca ningún impacto, extrañeza o debate revulsivo, sino el aplauso ante la precisión fotográfica del trazo. Sólo los miedos racionales ejercen su influencia, pero tal efecto es como percibir en el mar únicamente su sabor salado. Los terrores contemporáneos protagonizan todos los cuentos de Oates y, para el lector del futuro, podrán servir de mapa de una sociedad rica pero neurótica y paranoica. La vida reducida a sufrir decepciones paternofiliales, infidelidades amorosas, integrismos religiosos, fracasos profesionales, la senilidad, el cáncer, alguna enfermedad horrible, degenerativa, incurable. Ciertos localismos podrían dar a entender que Oates pretende ceñirse a una impresión sobre determinadas clases sociales y sobre el ciudadano estadounidense, pero su velo poético, que en sí es hermoso y lóbrego, siempre se extiende con un propósito general. Por eso Mágico, sombrío, impenetrable es un título preciso, que encierra a su vez una paradoja interna y una rima perfecta; un libro que, como Oates, puede ser cualquier cosa, así como la traducción española del Lovely, Dark, Deep original es también libre: no es lo mismo un cuento mágico que uno adorable, uno oscuro que otro sombrío, uno profundo que otro inaccesible…
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