Cambio de luces. Ilustración española en los años 70 (Museo ABC, Madrid. Hasta el 7 de febrero de 2016) | por Alicia Guerrero Yeste
La celebración de la exposición Cambio de luces, que pone de manifiesto la relevancia en el campo de la ilustración del trabajo que desarrollaron durante la década de los años 70 (y cuya influencia se prolongó con fuerza hasta la de los 80), representa una ocasión extraordinaria para zarandear y enviar muy lejos la frívola nostalgia sentimentaloide con que la generación que hoy está ya en su cuarta década de vida tiende a recordar toda la parafernalia cotidiana de aquel periodo, durante el que transcurrió su infancia. Aunque sirva sin duda para incrementar el colosal sentimiento de agradecimiento a todos esos artistas, ilustradores, gracias a los que muchos nos introducimos feliz y entusiastamente en la lectura para hacérnosla sentir como un territorio de mágico retiro y para crecer amando a los libros. Incluso en el propio hecho del dibujo. (Quizá ahora mismo, recordando nítidamente lo fascinante que era ver en la tele −aún en pijama− cada sábado por la mañana a José Ramón Sánchez comenzando a trazar líneas en una enorme lámina en blanco con aquel enorme rotulador negro y verle hacer aparecer figuras, escenas…, surge la sensación de que aquello estaba de alguna manera totalmente emparentado con el hecho de leer. De ver las cosas que vivían en el Mundo de la Imaginación. José Ramón Sánchez transmitía aquella impresión de ser un hombre alegre y bueno, siempre listo para atender la curiosidad impaciente de un niño y pasmarla absolutamente, para invitarle a desafiarse haciendo sus propios dibujos.)
Pienso, porque me enoja esa nostalgia de superficie, en que lo fundamental de crecer (ya que no podemos escaparnos de la razón cuando el ‘hacerse grande’ acaba formando parte de uno) es indagar, tratar de descubrir lo que entonces uno no podía articular de aquella atracción e iluminarlo. Todas aquellas ilustraciones, todos aquellos libros no nos gustaban y los hemos conservado como oro meramente porque sí. (Por ejemplo: reencontrar a Gloria Fuertes, que nos leía aquellos poemas tontorrones y dulces en la tele por las tardes, y reconocerla, al leerla con más años, como una admirable invitación abierta a una adultez enormemente libre.) Se han quedado, y ésa es la obligación de reconocimiento que tenemos hacia ellas, porque estaban concebidas y hechas con un propósito hermoso y generoso. También hecho de maduro respeto a la disciplina que estos ilustradores cultivaron.
Cambio de luces destaca cómo el trabajo de José Ramón Sánchez, Fina Rifà, Pilarín Bayés, Asun Balzola, Manuel Boix, Miguel Calatayud, Luis de Horna, Miguel Ángel Pacheco, Karin Schubert, Carme Solé Vendrell y Ulises Wensell supuso un compromiso con una renovación estética dentro de los parámetros de una modernidad (que miraba indistintamente tanto a la occidental como a la que estaba sucediendo tras el Telón de Acero) que iba indisolublemente ligada a una reafirmación de principios éticos. Como señala Felipe Hernández de Cava, comisario de esta exposición, varias veces a lo largo de los textos confeccionados para este catálogo, distingue individual y colectivamente a estos ilustradores el fuerte compromiso con un proyecto de modernización de los conceptos sociales y políticos que, desde sus orígenes, abría (ilusionada e idealistamente) el paso hacia la consolidación de un deseado estado de democracia.
Con esta exposición y este catálogo se pone de manifiesto la necesidad de abordar en profundidad el estudio de la historia de la ilustración española de este periodo. Indudablemente no sólo para valorar su esencial trascendencia dentro de la historia del arte contemporáneo en España y que Hernández de Cava entiende como una peculiar expresión del pop sino también para trazar el espíritu y propósito de todo ese sustrato ideológico de cambio y transformación profunda para la sociedad albergada en toda esta actividad creativa y la red de proyectos pedagógicos (asociaciones educativas, proyectos editoriales y televisivos…) de renovación desde la base de la sociedad –la infancia− la que ésta fue parte esencial; y no sólo por la importancia de esto como historia reciente sino porque es una actitud que reaparece (y debe hacerlo lejos de nostalgias pasivas) como un referente sólido y honesto para ser, pensar, reaccionar y decidir ante al presente, demasiado ambiguo y manipulable, en que vivimos.
A esto último puede unirse el aspecto que Hernández de la Cava señala común a todos estos ilustradores, y que era su conciencia de que debían trabajar manteniendo carácter de artesanos: con una autoexigencia continuada sobre su dominio técnico y rechazando imponer su ego, aun cuando sus propios estilos y búsquedas estéticas resulten evidentemente distinguibles.
La selección de imágenes presentes en el catálogo es cuidadosamente concisa y puede decirse que centrada en reflejar los principales rasgos definitorios de cada uno de los ilustradores, llevando incluso en algunos de los casos a situarse en la génesis o proceso de evolución de algunas de los dibujos. Para quienes conocimos y disfrutamos el trabajo de todos estos ilustradores en libros que fueron fundamentales a lo largo de nuestra infancia (me permito apuntar de entre aquellos que lo fueron para mí: La Rabosa con ilustraciones de Came Solé Vendrell; libros para el colegio extraordinarios como Senda 1 ilustrado por Ulises Wendell y Senda 2, por José Ramón Sánchez; y tantos manuales escolares y libros de lectura, como El zoo d’en Pitus, con dibujos de Pilarín Bayes o La filla del Sol i de la Lluna, con las ilustraciones bellísimas de Fina Rifà), ofrece la valiosa oportunidad de crecer más gracias a ellos, mirándolos de nuevo y entendiéndolos de una forma más amplia, en sí mismos y desde otras conexiones en lo estético, intelectual y ético.
(Cambio de luces. Ilustración española en los años 70 puede visitarse hasta el 7 de febrero de 2016 en el Museo ABC, Madrid.)
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