La nouvelle vague, otra vez. Mucho se ha escrito sobre aquel movimiento heterogéneo de cineastas, sobre sus filiaciones con el cine americano, sobre André Bazin y los Cahiers y, en fin, sobre cada nueva generación de directores franceses que ha enarbolado o rechazado la herencia recibida. En efecto, se ha escrito mucho y en demasiadas ocasiones han sido las mismas voces las encargadas de decirlo. Sin embargo, uno espera de la escritura otra clase de esfuerzo; un ejercicio de memoria que entremezcle el comentario cinematográfico con la evocación sentimental. Emilio Toibero ha sido, desde el primer número de Détour, una constante en las páginas de esta revista. Una deuda reparada. Alguien que no entendía la vida sin el cine, y viceversa, y que precisamente por ello hacía de cada ensayo una aproximación biográfica. Hace años, en 2003, Emilio escribió un largo análisis sobre la nouvelle vague, un recorrido tan cinematográficamente exhaustivo como poderosamente vital. En el que su adolescencia crecía al mismo ritmo que el personaje de Antoine Doinel, su cinefilia con idéntica voracidad a la de Godard y su mirada crítica con similar rigor al de Jacques Rivette. En el que se hablaba del cine desde la vida. Y ahora, más de una década después, hemos querido iniciar nuestro séptimo número rescatando aquel artículo. Como una suerte de emblema, de declaración de intenciones y de homenaje. Como una forma de recordar el lugar al que pertenecemos, las emociones que distinguen nuestra manera de entender el cine.
Número siete
Bande à part
Collages: Francisca Pageo