Triste, solitario y final, de Osvaldo Soriano (Seix Barral) | por Juan Jiménez García

Osvaldo Soriano | Triste, solitario y final

Imaginemos: Stan Laurel (conocido como el Flaco) busca los servicios del detective privado Philip Marlowe (del que Raymond Chandler había escrito sus aventuras). Nadie quiere contratarle ya para ninguna película, como en su momento tampoco quisieron contratar a su inolvidable pareja, el Gordo. Sí, tuvieron su época, pero ¿y ahora qué? Marlowe no está muy dispuesto, como ya no está muy dispuesto a nada. Autodestructivo por inanición, el dinero no importa y tampoco está seguro de querer ayudar a ese viejo. Años después… Osvaldo Soriano, periodista argentino en viaje a Los Ángeles para escribir sobre la pareja cómica, se encuentra frente a la tumba de Stan. Hasta allá también llega de visita el detective. Y ambos se encuentran.

Osvaldo Soriano solo necesitó una novela para ser alguien. Como no tenía bastante con escribirla, se hizo personaje también. Y como no tenía bastantes complicaciones en la vida, decidió complicarse la novela convirtiéndola en una obra para infinidad de personajes, algunos reales, todos en actitudes falsas (que quién sabe si podrían haber sido: el mundo está tan loco). Porque Triste, solitario y final es una película extraviada de Stan Laurel y Oliver Hardy. Tiene todo su humor destructivo, toda su furia, toda esa anarquía y nada de bondad chapliniana.

Una novela construida en base al cariño mutuo del detective por el escritor (lo cual no les evita putearse), una relación posible por imposible, que se enfrentará a un movimiento de ojo por ojo, diente por diente, pero también al caos. Al caos y al azar. Allá por donde pasan nada puede permanecer impasible ni inalterado. La búsqueda de respuesta para las preguntas sobre Stan es la anunciación del fin del mundo. Habrá tipos feos, chicas guapas, pistolas, muchas pistolas, puñetazos pugilísticos, policías, un gato (importante el gato, corazón palpitante de comportamiento dudoso, que apareció un día en el apartamento y se apropió del espacio). También muchos famosos del espectáculo, empezando por el inacabable (por estatura) John Wayne, y todos serán usados para una escenificación de una batalla basada en hechos irreales pero de consecuencias dolorosas. Habrá muertos y heridos. Secuestrados. El ritmo será tan trepidante como una película con el gordo y con el flaco. El gordo Soriano, el flaco Marlowe.

El gordo Soriano no entiende nada. No porque las cosas sean complejas, que también lo son, sino porque él no habla inglés. Solo un poco. Lo suficiente para que le tomen por idiota o por un idiota peligroso. Con Marlowe puede hablar. Pero el flaco Marlowe no es un tipo de muchas palabras para con los demás. No es que viva el mundo desde la perplejidad, sino más bien que está en retirada (desde hace años). Como la vieja gloria que es, conserva las formas y la desgana. Juntos son imbatibles porque nadie puede destruir aquello que no existe o solo a ratos.

Triste, solitario y final es grande. Es grande porque es atrevida, como sus modelos y sus protagonistas. Es grande porque no teme ser pequeña. Y grande porque nada en ella es pequeño. Las pasiones son grandes o no son. Son otra cosa y tienen otro nombre. A Soriano, que amaba profundamente el fútbol, le salió un partido trepidante, pero tan bruto que solo podía ser rugby. Aunque no, porque los golpes siempre llegan un poco por detrás y siempre se vaya corriendo detrás de algo. La vida es así. Si las películas decía Samuel Fuller que eran como batallas, este libro es una película.


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