El propósito del cine es, en la mayoría de sus relatos, explorar vidas de hombres y mujeres alteradas por lo excepcional. Pero la locura, de entre la posible colección fílmica de desórdenes, conmueve más que cualquier otro porque es a la vez temible y hermosa y muy capaz de desenterrar miedos íntimos. La pantalla es perfecta para transportar al presente y a la realidad del espectador experiencias extremas y congelar a través de ellas trozos de corazón: ¿quién, después de ver una película protagonizada por locos, no ha recorrido una o más noches en su compañía?
Es lo que sucede con Take Shelter (Jeff Nichols, 2011), The Devil and Daniel Johnston (Jeff Feuerzeig, 2005) y Nightcrawler (Dan Gilroy, 2014). En estos tres ejemplos, dos ficciones y un documental, la enfermedad mental es masculina, característica que añade, por su ventaja natural frente a la femenina para provocar daño físico a otros, fuerza y amenaza al retrato. La barrera que construyen el proyector o la televisión, la certeza de que no son más que imágenes, no eliminan la sensación de peligro que produce contemplar la violencia con la que Curtis, Daniel y Lou explotan cuando hay obstáculos que contradicen su obsesión.
Número seis
Bande à part
Ilustraciones: Juan Jiménez García