La niña de tus ojos, de Mary M. Talbot, Bryan Talbot (La Cúpula) Traducción de Lorenzo M. Díaz | por Juan Jiménez García
La historia de Lucia Joyce es conocida. Hija de James Joyce, acabó su vida en un hospital para enfermos mentales. Así, todo resulta más fácil, más rápido, más limpio. Entonces, volvemos a escribir todo esto: Hija de James Joyce, Lucia Joyce empezó a tener problemas mentales allá por mil novecientos treinta. Tratada incluso por Carl Jung, poco después será diagnosticada esquizofrénica, pasando prácticamente los últimos cincuenta años de su vida internada. Cincuenta años. Cuando apenas había pasado la veintena.
Sin duda, si hay algo que atemoriza al ser humano son las enfermedades mentales. Ya no solo padecerlas, sino verlas en los demás. Los tiempos han avanzado, cierto, pero el miedo es el mismo. Lejos de afrontarlos, de buscarles una razón, para el hombre corriente (incluso para el hombre extraordinario) siempre fueron algo a esconder, a alejar, entre altos muros. Cualquier excepcionalidad debía ser combatida con métodos que solo buscaban la anulación de la persona, hasta convertir esos lapsos, esos desbordamientos de la razón o, simplemente, esas excepcionalidades, en un todo. La niña de sus ojos trata la vida de Lucia Joyce desde la adolescencia hasta la enfermedad. A la vez es también la vida de Mary M. Talbot, guionista del cómic, hija de James S. Atherton, uno de los mayores especialistas en la vida de James Joyce. Si algo conecta la vida de ambas, no es el destino, sino precisamente las circunstancias. La delgada línea que puede separar la locura de una vida plena.
Lucia Joyce viaja con sus padres y su hermano, Stephen, por buena parte de Europa. Carentes de todo dinero, el suyo es un viaje en el que lo único que llevan encima es la pobreza y el manuscrito del Ulises, que Joyce anda escribiendo por entonces. Solo su llegada a París empezará a darle una cierta tranquilidad (precisamente con la publicación del libro). Joyce era un avanzado de su tiempo para la escritura, pero profundamente conservador para algunas otras cosas. Entre ellas, que Lucia pretenda otra cosa que convertirse en una perfecta ama de casa. Pero Lucia tiene otros sueños. En concreto la danza. Sigue cursos, entra en algunos ballets, avanza. Joyce, que sentía un profundo cariño por ella, aun podía intentar comprenderlo (aunque fuera como el capricho de una niña), pero no así su madre, Nora Barnacle, que lo considera una estupidez. Sus éxitos iniciales no le dicen nada, y esa imposibilidad de realizarse la conducirá a un callejón sin salida del que no podrá escapar.
Mary M. Talbot no se puede decir que ni tan siquiera tuviera el cariño de su padre, más preocupado por Joyce que por su familia. El retrato no es amable. Nada amable. Los momentos de cariño hacia su hija son tan escasos que parecen limosnas. No son los tiempos del escritor irlandés, cierto. E incluso sus intenciones como padre pueden resultar diametralmente opuestas (aunque después de todo haya una voluntad de construir la vida de su hija). Entonces se encontrará con Bryan, quedará embarazada de él, se casarán y su vida sufrirá un cambio, una liberación, una realización.
Ese Bryan es Bryan Talbot. Seguramente, para cualquier aficionado al cómic no es necesario presentar a Bryan Talbot (aquí, claro, el dibujante). Dibujante underground, autor de obras como Judge Dredd, Sandman o Batman: Dark legends, por citar aquellas que más pueden sonar a los profanos, que no necesariamente las mejores, Talbot es uno de los dibujantes de cómics más importantes del momento. Para poner en viñetas la historia de su mujer y, también, la historia de Lucia Joyce, el artista inglés se entrega al uso de infinidad de recursos, en especial en lo referente a la representación de las escenas (concebidas como momentos de vida) y el uso del color. Con un trazo que puede nos remite a un diario dibujado (aunque esto no esté al alcance de muchos), simple en apariencia pero complicado en la construcción de esa simpleza, constituye el perfecto contrapunto a esas historias que, igualmente en su simpleza, en su ejemplaridad, contienen todo su dramatismo, toda la complejidad de las relaciones humanas, de los temores y las frustraciones.