La edad de oro del boxeo, de Manuel Alcántara (Libros del K.O.) | por Óscar Brox
Pese a su eterno sambenito de deporte salvaje, el boxeo ha hecho muy buenas migas con el arte. De Budd Schulberg a Michael Mann, la puesta en escena del espectáculo se ha esmerado en captar cada detalle y cada sensación, el músculo tembloroso y el gancho, la ceja partida o el baile de piernas sobre la lona. En ocasiones, la narración del enfrentamiento entre dos hombres hasta que uno de los dos cae fuera de combate se ha elevado al rango de arte, de relato que expresa a través de una pelea los entresijos de la sociedad de cada tiempo, sus luces y sus sombras. Teodoro León Gross y Agustín Rivera, periodistas ambos, han reunido para Libros del K.O. los artículos que publicó Manuel Alcántara sobre boxeo; crónicas, verdaderos relámpagos literarios, que describen un deporte que, como su propio autor confiesa en la entrevista que recoge el libro, no cae del lado del gusto, sino de la pasión.
A Manuel Alcántara la pasión por el boxeo le vino de niño, desde que empezó a ver sentado en la ventana las peleas que organizaban en un ring improvisado a pocos metros de su casa. Años después, cuando sustituyó a Fernando Vadillo en Marca, solo fue cuestión de engrasar y pulir las descripciones que había acumulado en la cabeza asalto tras asalto. La edad de oro del boxeo es, ante todo, una brillante muestra de cómo se escribe sobre deporte; una combinación de erudición, intuición y picardía, de insobornable profesionalidad y humanismo. A través de sus crónicas, Alcántara no solo describe cada lance del combate, con y sin el argot del boxeo, sino que filtra entre líneas el éxtasis o la decadencia de la época. De José Legrá a Pedro Carrasco, boxeadores honrados, ambiciosos y amigos, a Urtain y Perico Fernández. Alcántara interpreta cada movimiento como si se tratase del entrenador del púgil, adapta sus palabras al boxeo estilizado de Carrasco o compone un dramatis personae para reflejar la vida de ese juguete roto que simboliza Urtain, su tosquedad y su obsesión por derribar al contrincante rápido, con la potencia de un tren de mercancías a punto de descarrilar.
Crónica tras crónica, la mirada de Alcántara se tinta de una desilusión acorde a la falta de nobleza que sacude en determinadas etapas al boxeo. Hay combates en los que la sangre salpica sobre las palabras y peleas en las que los puntos conceden la victoria a un vencedor discutible; se instala la picaresca de las categorías y los pesos, mientras los púgiles contribuyen al espectáculo con actitudes bufonescas. La escritura de Alcántara nunca se tuerce ni se emborrona, sino que se entrega sincera y apasionadamente a glosar los movimientos erráticos de Wajida o las bravatas de Ali, el truco y el éxtasis del combate. Solo la muerte de un boxeador le aparta del sueño, le muestra los costurones que comienzan a sobresalir en el traje del deporte. Son años oscuros, tardofranquistas, de ídolos caídos con pies de barro, a los que el cronista se entrega con palabras justas y expresiones precisas.
Puede que un libro como La edad de oro del boxeo parezca limitado por el radio de acción de su objeto. Nada más lejos de la realidad. Sus compiladores han llevado a cabo el esfuerzo necesario para administrar las justas dosis de reflexión deportiva con un trabajo que, sobre todo, describe el arte de amar la escritura. Que Alcántara es un grande de la crónica breve, de interior o de contraportada, nadie lo va a discutir a estas alturas. Pero cuánto valor atesora cada pequeño relato, con qué mimo se abandona a las descripciones y a las reflexiones (morales, culturales, sociales), qué profundos son esos frescos que pinta con un asalto como escenario. Alcántara, como señala José Luis Garci en el epílogo que cierra el libro, atesora la virtud de un Baroja o de Capote; a buen seguro, también la de Savinio, que cansado de las enciclopedias decidió escribir la suya propia. El autor malagueño hizo algo parecido con la escritura deportiva y, en particular, con el boxeo. Escribir con otro lenguaje, detectar los códigos y traducirlos con palabras a las que no les sobraba ni les faltaba verdad y belleza. Escribir de boxeo como si en realidad se tratase de alta literatura.
En estos tiempos en los que los diarios deportivos se refugian, con escasas excepciones, en la estupidez y el sensacionalismo, resulta triste y a la vez revelador leer una obra como esta. Signo del tiempo, ese que abre una brecha entre el último triunfo de Carrasco y el suicidio de Urtain. Alcántara, como Schulberg, Man o Joyce Carol Oates, se aplica a narrar sin florituras el arte de hablar de un deporte que no entiende de gusto, sino de pasión. La edad de oro y la edad oscura, la victoria y el tormento, las vidas y las épocas que en algún momento del tiempo describieron el ritmo de un país a través del boxeo.