Memoria del vacío, de Marcello Fois (Hoja de lata) Traducción de Francisco Álvarez González | por Óscar Brox

Marcello Fois | Memoria del vacío

La riqueza de las narraciones orales se sustenta sobre una base tan sencilla como la siguiente: lo que fue pudo ser de otras muchas maneras, tantas como todos los relatos que construimos a su alrededor, que lo embellecen y deforman hasta convertirlo en un mito. Resulta difícil no apelar a la oralidad, al temperamento o a lo más elemental, cuando describimos un entorno amamantado con la leche materna de su propia cultura, de su dialecto, de su ausencia de cosmopolitismo, en el que las palabras brotan con la misma fuerza que las raíces de un bosque de enebro. Marcello Fois, exponente de la literatura sarda, propone con Memoria del vacío, la nueva apuesta editorial de Hoja de lata, un ejercicio práctico de lo anterior: desplegar la sensualidad y la idiosincrasia cultural de Cerdeña, su oralidad, sobre un género literario a caballo entre el retrato biográfico y la historia de venganza. Un relato que abarca los primeros años del Siglo XX y el levantamiento del fascismo mussoliniano a través de uno de los personajes más singulares de la historia de Cerdeña: Samuele Stocchino, el tigre de Ogliastra. Héroe, bandolero, asesino, hijo. Mito.

El vacío que titula la novela de Fois procede de diversas fuentes: está la extensión geográfica que separa a Cerdeña de Roma, a Cagliari del poder político; está la ausencia familiar que a cada rato puntúa la madurez de Stocchino; están las campañas del Carso y de Libia, los años de muerte que robaron la juventud de sus protagonistas; y, finalmente, está ese hueco en el interior de Samuele, una tristeza inconsolable que el tiempo modela hasta convertirla en hambre, hasta transformarlo en tigre. El escritor sardo sigue los avatares de su héroe con la fuerza de una tragedia griega, entre las voces del coro y su separación por actos. La voz del autor recoge la voz del lugar, su dialecto, para dar forma a partir de sus sentimientos a una infancia, la de Samuele, narrada desde el encantamiento. Otro hijo más para el matrimonio de Felice y Antioca, gente modesta condenada a vivir eternamente en esos límites; un niño nacido con la imagen de una cabeza de lobo escondida dentro de su pecho, presagio de su futura violencia cuando alcance la madurez. Así, desde la cuna hasta el campo de batalla, la vida de Samuele está marcada por esa afrenta silenciosa que divide y separa un mundo, el suyo, del resto, al campesino del hacendado, a la carne del cañón cuyas tripas rellena.

Años de plomo, de la arena basta de playas extranjeras en las que arranca la guerra y de pobreza de espíritu. Las palabras de Fois avanzan a manotazos entre los datos biográficos que enmarcan la euforia militar italiana de principios de siglo. Cadáveres propios y ajenos, desertores y enfermos, a eso huele el campo de batalla. Mientras la Historia avanza, Stocchino se curte; donde antes titubeaba a la hora de rebanar un cuello, ahora ha adquirido la práctica y ha sabido atemperar la moral. No en vano, entre la tropa es un sardo, no tanto un italiano, y aún posee esa mirada primitiva y elemental para lo bueno y para lo malo, para la guerra y para una integridad humana que será la primera víctima de la modernización de las costumbres. Libia pasará como otro episodio nacional, a la espera de la Guerra Mundial y el ascenso del fascismo de los camisas pardas. Si hay una Historia que se explica a través del impacto y del avance de las telecomunicaciones, Fois elige contar la Historia del cambio de siglo desde las campañas bélicas y el desencantamiento que demolió la mentalidad del pueblo italiano a medida que hundía sus raíces en él.

Cuando regresa a casa, Samuele siente otro vacío agazapado en su estómago, el de un entorno injusto y feudalista que pone toda su energía en estrangular su cuello con las dos manos. Todo ha cambiado para seguir igual; el hombre rico maltrata al pobre y solo se puede alterar esa relación desde la pura violencia. Da igual que su regreso de entre los muertos de la guerra le haya traído el honor del combate y el sabor del heroísmo, Stocchino ha nacido para caminar con la cabeza alta y el mentón pronunciado; para someter y no ser sometido. ¿De qué otra manera se puede amar un hogar que la vida se empeña en arrebatarle? Fois se entrega a esa narración con la misma pasión que brota en el interior de su protagonista; esa misma con la que describe sus primeros crímenes, su naturaleza de bandolero, desde los contornos del mito oral, como una criatura indestructible que sacude eternamente el ordenamiento político de Cerdeña, que le devuelve sus antiguas esencias, su paisaje natural. En ese punto de no retorno en el que el hijo de Felice, el hermano de Gonario, el amante de Mariangela, el enemigo de los Manai, el compañero de Políto, se ha convertido definitivamente en el tigre de Ogliastra.

Más que la violencia, lo que transcribe la prosa de Marcello Fois es el amor por un lugar cuya distancia, también sentimental, convenía preservar de la colonización italiana. Si El Duce impulsaba un orden social de cuño fascista, miserable y surcado por la desigualdad, el ingenuo salvaje de Cerdeña se emperra en proteger lo que es suyo a costa de acabar con lo que es de unos pocos. El terruño, sus mitos y las memorias que ahora abonan el paisaje con la misma fuerza que la raíz del enebro. Por eso, frente al ascenso viscoso y tentacular de los camisas pardas, Fois enfrenta el terror imperial de un bandolero que habita en las cavernas del pueblo, temido asesino al que nadie tose porque, para empezar, todos saben cuánto ha perdido por el camino. Una infancia, una familia, un amor y, en fin, su misma vida. Por eso, ante una novela como Memoria del vacío, cuesta no reconocer el hálito pasional e íntimo, visceral y trágico, con el que su autor consagra el relato de un mito del pasado. Un esfuerzo titánico escrito, sin embargo, con la belleza y la fragilidad de unas palabras en las que nada sobra y nada falta, que constantemente evocan lo que fue y la tristeza de todo lo que pudo ser. Esto último, precisamente, el vacío final que nos queda cuando llegamos a la última línea; cuando desaparece el hombre y resta el mito, digno y terrible, en forma de recuerdo.


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